La larga tradición malagueña de individuos exaltados, perturbados o directamente majaras ha enriquecido desde hace siglos todas nuestras instituciones, ya sean administraciones públicas, colegios profesionales, peñas o cofradías en las que casi siempre han pugnado por llegar a lo más alto.
Sin duda una de las constantes en individuos tan peculiares es su ausencia absoluta de modestia, hasta el punto de que acciones que una persona normal se cuidaría mucho de divulgarlas, protagonizadas por estos majarones alcanzan el estrellato y si es posible, son difundidas por sus propios autores en los medios de comunicación.
Este es el caso de un sujeto que responde a este perfil tan común de majara extrovertido y que en los años 50 difundió sus supuestos poderes en la prensa malagueña.
Para empezar, nuestro protagonista aseguró al periodista ser anónimo pero a continuación dio su nombre y apellidos (curioso anonimato), del que rescatamos su nombre, Emilio.
En cuanto a su proeza, aseguraba conocer cuál sería el Gordo de la Lotería de Navidad de ese año, en concreto el 22.450, que caería en Madrid. «Aquí no hay nada de buenaventura, ni cartas, ni pitonisas, ni oráculos, nada de ensueños, es un caso de mero instinto espontáneo», destacaba don Emilio sin cortarse, al tiempo que confesaba que «nunca antes había acertado la lotería» (ni tampoco la acertaría esta vez).
Don Emilio, hombre previsor, informaba de que llevaba 35 pesetas del número instintivamente intuido y había repartido diez pesetas entre hijos y nietos. Tan seguro estaba de su adivinación, que había intentado comprarles participaciones a sus compañeros, que. por si las moscas, se habían negado. Por eso, aseguraba que cuando tocara sólo les pediría una cosa: «Que me regalen un reloj».
Su certeza lotera era tan firme, tan convencido estaba de que él y el 22.450 estaban unidos para siempre, que hasta hizo planes para el futuro inmediato: con el dinero del premio pensaba poner una confitería que, además, ya tenía apalabrada.
Lo increíble no fue su seguridad majara sino ese plus de irracionalidad de ir a contarlo a un periódico. Mejor no pensar en el día después del sorteo. De hecho, no hay constancia documental de confitería alguna adquirida por medios psíquicamente instintivos. Otra vez será.
Griterío
Ayer, en la calle Mártires, unas comerciantes se quejaban de algunos problemas del Centro cuando fueron censuradas, de forma sorpresiva, por una entrometida señora que pasaba por allí y que les afeó –con el mismo tono de voz que si se hubiera tragado un altavoz– que criticaran la gestión de Francisco de la Torre, al tiempo que dedicaba unas lindezas a la gestión de Pedro Aparicio.
Problemas haberlos haylos en todas partes y con todos los partidos. Precisamente, son los políticos inteligentes quienes contemplan las críticas razonables como una oportunidad para solucionar lo que falla y mejorar, en este caso, Málaga.