Las vidas minúsculas y una escena pedagógica

26 Oct

Los historiadores dignificaron las pequeñas anécdotas cuando, hace unos veinte años, empezaron a desentrañar la historia de la vida privada desde la antigüedad hasta nuestros días.

En esa disciplina los franceses son unos maestros, aunque su visión universal de la Historia se circunscriba, en demasiadas ocasiones, a la Historia de Francia. Muy interesante resulta, desde luego, conocer las conexiones en la corte de Isabel II y sus implicaciones en el desarrollo, por ejemplo, de las infraestructuras en España, pero no me digan que no resulta fascinante saber que, en esos tiempos isabelinos, en Málaga se ponían anuncios en los periódicos porque en plena calle se perdían burros, cabras y corderos con la misma facilidad con la que hoy se pierden los paraguas.

En nuestros días los medios de comunicación conceden un espacio desmedido a los políticos, muchos de los cuales se pasan media jornada asegurando que «ponen en valor» todo lo que se mueve y la otra media enviando incesantes partes en las redes sociales.

Para contrarrestar tanto protagonismo y tanto tuit, hoy cederemos el espacio a un niño zangolotino o para abreviar, zangolo, que hace unos días protagonizó una gesta en la calle Hilera, según nos comenta una amable lectora.

Serían las 5.30 de la tarde cuando el nene, de unos 12 años y con síntomas rotundos de tragar más que una alcantarilla nueva, cruzó un semáforo en rojo mientras engullía una palmera (de chocolate). Los coches trataron de esquivarlo mientras el zangolo aseguraba, como si fuera Moisés en mitad del Mar Rojo abierto de par en par, que al estar en un paso de cebra, los coches tenían que parar. Y así lo hacían, pero a punto de llevarse al zangolotino por delante.

La gesta se enriqueció con la entrada en escena de la madre, embutida en unas mallas piratas y con una camiseta de licra que le quedaría holgada a alguien con dos tallas menos. Tras llamar tímidamente la atención a su santo varón, este le animó a cruzar con el semáforo en rojo: «Mamá pasa, es un paso de cebra y tienen que parar», dijo. Así lo hizo la madre, con toda la pachorra del mundo, mientras el resto de peatones –madres con niños incluidas– contemplaba, parado ante el semáforo en rojo, la tierna escena pedagógica.

¿Qué más decir de la actitud ejemplificadora de este nene?, ¿se le meterá en la mollera la utilidad de los semáforos en rojo? Así lo deseamos:Por su bien y cómo no, por el de su madre.

Disparidad

En la calle de Salamanca, que desemboca en el artístico mercado del mismo nombre, subsiste una parcela abandonada y vallada de la forma más sutil, es decir, con esos alambres con tela verde que se suelen caer de un soplo.

El resultado: en el interior se está formando un pequeño estercolero con basuras varias, restos de obra y los objetos más dispares. Dentro de un año, como es muy probable que el proceso continúe, volveremos para contarlo (la duda es si los vecinos podrán contarlo con una basura tan prometedora).

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