Los vecinos que tienen el arriesgado privilegio de ocupar la última planta de un bloque –casi siempre para disfrutar de buenas vistas y estar lo más alejados de la calle– tienen como contrapartida la maldición de las goteras.
Llega un momento en todo edificio que empieza a asemejarse a la ducha escocesa, y si no que se lo pregunten a nuestra castigada Catedral, que lleva desde su construcción sin un tejado que echarse a la cabeza. Un arquitecto definió a la perfección esta absurda situación señalando que «está acabada de forma inconclusa» (como diría Groucho, «y dos huevos duros»).
Pero el problema principal de unas goteras es cómo localizarlas, porque las correrías del agua son más esquivas que el plan de regeneración de los Baños del Carmen, del que cada año nuestros políticos nos anuncian una primera inversión millonaria de la que ni siquiera las hordas de okupas del Balneario son testigos. Lo que sí se hace una vez impermeabilizada la zona de las filtraciones es colocar ladrillitos alrededor, poner una manguera y montar un estanque para ver si el invento funciona. Pruebas de estanqueidad lo llaman.
El Ayuntamiento tiene en sus manos un instrumento parecido para detectar los hundimientos de la calzada y además no le cuesta un duro. Lástima que no lo ponga en práctica porque a los peatones de Málaga nos ahorrarían la sensación de visitar un parque acuático. Y es que, en este otoño que por fin se estrenó el pasado fin de semana y lo hizo con lluvia, estas oquedades se cubren de agua, dando lugar a súbitos estanques en donde los patos que antes poblaban los jardines de Pedro Luis Alonso podrían nadar a sus anchas.
Por poner dos ejemplos, ahí tenemos la sinuosa plaza del Siglo, ejemplo señero de mala terminación de una obra, con sus estanques traicioneros de agua negra. Mucho más sutil y sibilino, sin embargo, es el estanque que se forma junto al pilón del tráfico de la calle Martínez, una extensión de agua que domina la calzada pero también parte de la acera, de forma que el peatón no tiene escapatoria y sólo le queda emular a Esther Williams si quiere salir airoso del obstáculo.
Sin embargo, peor los tienen los transeúntes de la calle Granados. Casi en la confluencia con la plaza de Uncibay se forma un espacio lacustre que sólo los caballos más ágiles del Grand National podían sortear ayer.
Llueve a mares, los hundimientos se llenan de agua y el Ayuntamiento ya sabe a qué atenerse, pero no se atiene. Más claro, agua.
Por encima de la media
Al final de la avenida dedicada a Jane Bowles, en la Virreina, muy cerca ya del caserón que da nombre al barrio, una glorieta de tráfico luce una pintada de toques literarios que reza: «Tú y yo a infinitos metros sobre el cielo». Dado que la pintada media en Málaga suele incluir mensajes como «la Vane y la Jessi, la más xulas», se aprecia un notable aumento de nivel en esta pintada que, aunque sigue guarreando el mobiliario urbano, al menos lo hace con estilo.
Precioso toque literario, sí señor.
Un saludo, señor Alfonso
PD
De los graves problemas de salud pública que provoca la impune e irresponsable arquitectura de esta ciudad, hablaremos otro día.