Resulta conmovedor contemplar cómo la viejísima fuente de los Cristos, con más de dos siglos a sus espaldas, sigue refrescando la vida al personal igual que cuando estaba servida por el acueducto de San Telmo.
Ayer, un vecino llenaba su garrafa mientras contemplaba los rostros pétreos (como de gerente del caso Malaya) de los sátiros silenos, que no dejan de tener cierta pose de niños zangolotinos con sus mofletes a pleno funcionamiento para que el agua salga de sus bocas.
El de la izquierda, a propósito, luce una especie de casco de color azul, como si promocionara la reciente película de los pitufos. Algún mamífero bípedo ha tenido la paciencia de pintarle el pelo de azul. El cabello, en realidad, es una bonita hojarasca para realzar las fuerzas de la Naturaleza que pugnan por salir de estas figuras mitológicas.
El nombre de la calle hace referencia, según cuenta la tradición, a los crucifijos que adornaban un muro, y es que la fuente daba a la parte trasera del convento franciscano de San Luis El Real, del que nos quedan como restos la plaza de San Francisco y el antiguo conservatorio, así que fueron los frailes franciscanos quienes costearon esta fuente que, milagrosamente, ha ido sorteando las múltiples caras de nuestro vandalismo.
En los últimos doce años esta sección ha ido registrando las múltiples vejaciones que ha recibido la fuente, desde basura y electrodomésticos en su preciosa pila de mármol hasta pintadas, casi siempre relativas al aparato reproductor masculino o la de alguna energúmena que dice ser «la más xula» del corral. Visto el panorama, generaciones de ceporros se han dado cita en la fuente, no para sacar agua sino para sacar lo peor de sí y reflejarlo en este entrañable monumento de 1790.
Sin embargo, si eliminamos el casquete de pintura azul, concluiremos que la fuente de los Cristos, en la calle de los Cristos, está pasando por una de sus mejores épocas. Que dure la racha tanto como la fuente.
Cielos y dedos
Junto al paseo de Grice Hutchinson en Churriana puede leerse una pintada, estratégicamente situada frente al aeropuerto y que reza: «Cuando alguien señala al cielo, sólo el tonto reza al dedo». Se da la circunstancia de que esta zona es una de las preferidas para los fans de los aviones que, armados de binoculares, les siguen la pista.
La pintada, aunque impregnada de saber popular, está en directa confrontación con los preciosos versos de Pedro Salinas: «Yo no miro a donde miras, yo te estoy viendo mirar».
Palmeras salvajes
Un vecino que alertó a esta sección de la presencia de una palmera con posible picudo rojo en los Jardines de Picasso confirma que ya ha sido talada. Esta sección comunicó la semana pasada a Parques y Jardines la existencia de esta palmera dañada y tiene constancia de que unos técnicos examinaron el árbol. Descanse en paz.
Pues sí, amigo Alfonso, una fuente con historia y sabor, que merecería una placa cerámica que contara su historia, como así ocurre con la del Paseo de Reding. Recibe un cordial saludo.