El barrio de la Trinidad no está detenido en el tiempo porque este sigue avanzando, mientras deteriora edificios y monumentos con rapidez y eficacia.
Lo que parece permanecer estancado es el tiempo administrativo, una dimensión distinta que termina por poner de los nervios a la paciente asociación de vecinos, que lleva muchos años luchando contra los sinsabores de la burocracia.
Podemos calibrar la pugna escudriñando dos problemas que hoy tienen los vecinos. En la coqueta y sombreada plaza de la Virgen de la Soledad, junto a la calle Juan de Austria, se encuentra un parque infantil que está criando el polvo de los siglos. Según denuncia la asociación de vecinos, se encuentra fuera de los recorridos de limpieza municipales, de ahí que los padres hayan optado por llevar a los niños a un parquecito infantil distinto. Examinado por el firmante y el presidente vecinal el piso de caucho, acumula hojas y agujas de los árboles vecinos a mansalva, y desde hace tiempo falta de su domicilio uno de los juegos, mientras que un segundo se encuentra presente pero fuera de servicio.
La plaza tiene otros problemas, aunque no debería tenerlos. Hace unos años fue decorada por el pintor Dámaso Ruano, que además de llenar de impactante colorido una mediana, adornó los alcorques de los árboles con unos mosaicos con las caras de Jesús y la Virgen. Pero las raíces han terminado por levantar esta obra de arte, pese a que los vecinos hace tiempo que pidieron al Ayuntamiento su traslado y reparación.
En cuanto a la pared, el propietario, harto de las pintadas, colocó un amplio zócalo para frenar estas prácticas, ocultando parte de la obra de Ruano.
Y de descuido cíclico puede calificarse lo que recibe la fuente de la Olla en la plaza de Montes. Alguna vez hemos hablado del vandalismo al que se ve sometida esta veterana fuente, diseñada por el famoso ingeniero José María de Sancha, poco después de que se estrenara en sociedad la plaza de toros de La Malagueta.
Los ataques continúan. La fuente luce pintadas tribales (nunca falta el nombre de los infractores y a continuación eso de «los más xulos») y en el pilón, a pesar de haber sido cerrado con una rejilla, nada un espeso magma de basura. Y es que la rejilla ha perdido el candado y los mamíferos que acuden a abrevar, cuando concluyen su ingesta abren el invento y depositan dentro las botellas y todo tipo de restos.
Delante de la fuente hay un jardincito minúsculo, también plagado de basura, en el que se mecen cuatro hierbajos secos de respetable altura que contrastan con un ciprés de pequeño tamaño que sigue vivo de puro milagro.
Haría bien el Consistorio en arreglar estos dos rincones a fondo, aunque la fuente de la Olla –y el autor de estas líneas es testigo– ha recibido más de una reparación municipal en su entorno, destrozado una y otra vez por las hordas de Homo sapiens desnortados. Hay que estarlo para abrir la rejilla protectora y ensuciar a sabiendas.