Ayer esta sección volvía a hacerse eco del nulo interés de la administración central por solucionar el papelón del camino del Jardín Botánico, 17 años después de la apertura de La Concepción. Lástima que en la última visita de los Reyes a la finca el pasado mes de mayo nadie les planteara esta exhibición de negacionismo (dícese de la acción conjunta y duradera de un grupo de negados para desempeñar su trabajo).
Pero frente a la estulticia administrativa, el jardín sigue trabajando para presentar una oferta atractiva, aunque quienes se aventuren a acudir a pie o en bici se arriesguen a un encuentro no deseado con un automóvil.
En esta cansina coyuntura de inseguridad vial, La Concepción alivia nuestros pesares para ofrecernos hasta el 4 de septiembre una preciosa exposición de la fotógrafa argentina Silvina Enrietti, que explora las similitudes entre hombres y animales y también alerta sobre el proceso de desertificación al que nos hemos lanzado en frívola carrera.
Se trata de una de las primeras muestras que pueden verse en la Casita del Administrador –junto a la Casa Palacio– y que ha sido recientemente restaurada.
Lo curioso es que el jardín contactó con la fotógrafa por internet y todo se ha hecho a distancia. La artista incluso detalló las instrucciones para presentar algunas de las fotos, pues tienen una cara semioculta en la que podemos ver los efectos del cambio climático en paisajes de ensueño.
La otra sección de la muestra, Babas del diablo, quiere hacer reflexionar sobre la tendencia mecánica de muchas personas a matar animales por antipatía estética. Detalles enternecedores, llenos de belleza aunque no lo parezca, de la anatomía de sapos, murciélagos, águilas o arañas comparten espacio con ojos, narices y bocas de humanos, así como texturas exóticas que nos evocan paisajes tropicales en miniatura.
Una pequeña lección de respeto a la Naturaleza que parece sacada de las páginas del National Geographic.
Y mientras siga el desaguisado administrativo, si pueden acudan en coche al jardín antes que jugarse el tipo dando un inocente paseo.
El mandao
La Travesía del pintor Nogales, la privilegiada cuesta entre la Alcazaba y el Palacio de la Aduana, hoy cuajada de obras, luce un cartelito con letras de cerámica en el lateral que da al paseo de don Juan Temboury bien claro: No fijar carteles.
Por la traza del mensaje, no debe extrañar que lleve ahí más de medio siglo. Y aunque carteles no suele haber, salvo en una puerta metálica de Sevillana, la presencia de las lentas obras de arreglo de la Aduana ha dejado daños colaterales en forma de pintadas.
En algunas de ellas, eso sí, se aprecia una actividad neuronal notable de su autor, que en lugar de limitarse a dejar su firma, se permite hasta un ejercicio de ironía. Es el caso de la que ocupa un buen tramo de pared y que reza, en tono de disculpa: Lo siento solo cumplo órdenes. Eso dicen todos.