Hay un cuento impactante de Miguel Mihura sobre un niño que nace debajo de una escalera y allí va creciendo hasta que alcanza una edad provecta y luce una barba blanca.
Este maravilloso cuento viene a ídem porque entre bastante periodistas malagueños está creciendo la creencia de que los integrantes del Málaga Valley son unos señores que viven en la escalera de entrada del Ayuntamiento de Málaga, de ahí que cada vez que se van a hacer una foto oficial aparezcan en la escalinata como por arte de magia, bajo la que se parapetan una vez que se marchan los medios de comunicación.
Quizás no conocemos todos los recovecos del viejo edificio consistorial. ¿Está hueca la escalera?, ¿hay algún resorte oculto en los leones de mármol?, ¿la vidriera de los Reyes Católicos que hay al fondo se puede calificar de habitáculo?
Si realmente los miembros del Málaga Valley malviven en la escalera del Ayuntamiento estaríamos ante la respuesta al gran misterio. Porque, ¿cuál es la razón de que no se hagan la dichosa foto en otra parte?, ¿tan aburridos están de este Valley de Lágrimas como para cambiar tan pocas veces de escenario?
Si Málaga Valley trata de promocionar Málaga como meca de los negocios tecnológicos, ¿por qué se hacen siempre la foto en un marco tan ñoño? Con tanta escalinata de los años 20, parece que nos quieren anunciar la llegada del telégrafo. Si a eso le añadimos todo ese rollo macabeo sobre la Sociedad del Conocimiento, la «puesta en valor» y otros oscuros mantras de la jerga política, es normal que los malagueños de a pie sepan tanto del Málaga Valley como de las turbinas eólicas.
El Ayuntamiento tenía que procurar que a estos señores tan bien puestos de la escalera les diera más el aire. Tenerlos hacinados en ese espacio, por muy digno que sea, y sólo sacarlos para la foto termina por convertir cualquier tormenta de ideas en un sirimiri de ocurrencias.
Seguro que el Valley dará más frutos con un buen paseo por Málaga que no escatime en novedades para los inquilinos de la escalinata como el Parque Tecnológico, la estación marítima o el Museo Picasso, un pintor con una mente tan avanzada para su tiempo que sólo cuando fue admirado por todo el mundo comenzó a ser aceptado en su ciudad natal –aunque algunos conciudadanos todavía sostienen que cualquier niño de cinco años puede pintar como él–.
En suma, ampliarles su esfera vital les sentará tan bien como un mes en el Balneario de Carratraca y quizás, al fin liberados del cubículo consistorial, sepamos qué es el Malaga Valley. Incluso con palabras sencillas y directas, como emplearía el niño del cuento de Mihura.
Doble pasividad
Un verano más, cuando se constata que los cruceristas son uno de los pilares de nuestra economía, el palacio de los Gálvez de la calle Granada sigue ofreciendo su cochambrosa imagen en plena ruta turística sin que la empresa propietaria ni el Ayuntamiento muevan un dedo para, como mal menor, colocarle una lona que disimule la faena de aliño.