Esta misma semana hablábamos del Desfiladero de las Termópilas, el peligroso tramo peatonal entre los Baños del Carmen y El Morlaco, donde estaba expuesto el tranvía.
Si a diario peatones, ciclistas y patinadores se juegan el físico en este pasillo cuajado de estrechuras, tampoco está en su plenitud de facultades la calle Marcos de Obregón, a pesar de ser una de las vías más transitadas del Este de Málaga.
Esta calle, que recuerda al personaje de la novela picaresca escrita por el malagueño Vicente Espinel (de Ronda por más señas), es la vía de entrada y salida a Parque Clavero, una de las zonas en las que el urbanismo malagueño nos ha regalado un preocupante mar de adosados y bloques, no así –de momento– de vías para aliviar este nuevo barrio de Málaga. Como resultado, la calle es un constante subir y bajar de coches, pues también es utilizada por una parte de vecinos del Cerrado de Calderón.
Con tanto tráfico, el peatón no tiene más remedio que encomendarse a San Cristóbal para que nada le pase durante el trayecto. Y es que la acera de la izquierda, según se sube, lleva un par de años intransitable, porque de la pared de la urbanización vecina nace un seto que no se lo saltan ni los caballos del Grand National.
En cuanto a la acera de la izquierda, mejor correr un tupido velo porque la mitad está ocupada por un largo aparcamiento, con su techo de uralita y todo, así que la acera se convierte en la entrada y salida de los coches, de ahí que los peatones deban estar muy atentos.
Si a esto sumamos los contenedores, cualquier persona que –rompiendo las provincianas reglas sociales malagueñas– desee desplazarse a pie y no en coche, lo tiene peor que el que se perdió en la isla.
El problema, del que informó este periódico hace unos meses, está en manos de Urbanismo. Pero las estaciones pasan, el seto sigue creciendo y muy pronto hará falta un telesférico para que el físico de los viandantes no sufra más de la cuenta.
Vanidades
En las semblanzas que se suelen hacer sobre la visita a España de Hans Christian Andersen a comienzos de la década de 1860, hay un detalle crucial que se suele pasar por alto y es su extrema vanidad. A tanto llegaba, que una de las cosas que menos le gustaron de España fue su escasa popularidad, porque en muchos casos sus obras no se habían traducido así que el hombre, para su disgusto, pasó como un guiri más, siendo como era una celebridad en buena parte de Europa.
Una de las pocas ciudades de España que visitó y en las que sí fue suficientemente reconocido fue Málaga gracias a la importante colonia de extranjeros que sí conocía sus obras.
Por eso, el que Málaga fuera la ciudad donde mejor se sintió no guarda sólo relación con su clima y sus monumentos, sino también con sus gentes, pues muchas de ellas, para su enorme satisfacción, eran también sus lectores. En Málaga dejó de ser un desconocido y eso le llegó al alma.
También paso, corriendo cuatro o cinco días a la semana, por ese tramo de acera, señor Alfonso. Así pues, parece que practico arriesgadas aventuras sin apenas tener que alejarme unos metros de casa. Por demás, no sé si usted sabe que acaban de realizar unas obras de reasfaltado y acerado a escasos centímetros de esa acera, que parece no han aprovechado para arreglar el desorden y desaguisado que usted denuncia. Habrá que seguir esperando.
Un saludo, y muchas gracias, señor Alfonso.