Hay que felicitar a la antigua Renfe por el titánico esfuerzo administrativo que le ha llevado a luchar contra el tiempo y conseguir, tan solo tres años y medio después de que se inaugurara el AVE, que se adjudiquen las obras de rehabilitación de los antiguos pabellones de pasajeros delante de la estación María Zambrano, vulgo Vialia.
Cuando los malagueños ya creían que los pabellones iban a quedarse empaquetados de aquí a la eternidad, como un regalo que despierta poca curiosidad, se ha roto de un certero mandoble el nudo gordiano administrativo que impedía recuperar estas joyas ninguneadas.
Al terreno de los misterios sin resolver, o más bien de la grasienta especulación urbanística malagueña, pertenece el inexplicable episodio de la marquesina, declarada, junto con los dos pabellones Bien de Interés Cultural, pero primorosamente almacenada para que nos olvidemos de ella en unos almacenes municipales.
La idea primigenia siempre fue sacar el máximo dinero posible al invento y construir un amplio pero anodino centro comercial ferroviario. Si ustedes se dieran una vuelta por la estación Príncipe Pío de Madrid, caerían en la cuenta de cómo nos la gastamos en el Salvaje Oeste de la Costa del Sol y lo que nos hemos perdido en Málaga.
En las ciudades civilizadas europeas sencillamente no se llevan a cabo estas maniobras que nos recuerdan, por su filosofía primitiva, al ex presidente del Atlético de Madrid.
La recuperación de la marquesina, eliminando todos los añadidos de los años 70 e integrándola en la estación del AVE habría contextualizado además los dos pabellones de viajeros, que ahora quedarán tan perdidos como una cabra en un garaje. Rehabilitados pero fuera de lugar.
La teórica norteamericana del Urbanismo Jane Jacobs califica esta materia, el Urbanismo, de «pseudociencia sustentada en cimientos idiotas».
Esta frase le viene al pelo si contemplamos cómo se ha planificado la nueva estación de tren de Málaga. Por lo menos nos quedan los pabellones.
Terra incognita
Al comienzo de la calle Galíndez de Carvajal, en la cuesta que lleva a la Alegría de la Huerta, descansa una mediana de considerable tamaño que bien podría albergar, si se lo propusiera, una colonia de caimanes.
Condiciones hay para la cría y reproducción, porque el peatón tiene delante una frondosa colección de matojos secos a pocos metros del nuevo parque próximo a San José.
Es probable que la parcela viaria no esté recepcionada por el Ayuntamiento o si lo está, que su tupido interior frene a los técnicos municipales, que lo mismo calibran si no se encontrarán con una tribu amazónica en la espesura.
En cualquier caso, pocas zonas de la tierra han sido tan poco holladas por el hombre como este rinconcito de Ciudad Jardín. Cuando pensábamos que se había acabado la era de las grandes exploraciones, aquí nos topamos con una terra incognita que algunos vecinos quisieran convertida, al menos, en tierra baldía (o con césped).