Vecino de la residencia Castañón de Mena y bastante más antiguo que esta es el Cerro de la Tortuga, hermano gemelo –menor– del Cerro Coronado. El veterano arqueólogo Juan Manuel Muñoz Gambero publicó en 2009 un libro muy interesante sobre este promontorio, en el que detalla su descubrimiento de lo que a todas luces parecen ser restos de una necrópolis y un santuario ibero-púnico.
Si la noche de los tiempos es un concepto poético pero vago, sienta muy bien a los iberos, que simbolizan las horas más oscuras de esa noche, pues teorías hay para dar y regalar acerca del origen de todos estos pueblos y por si fuera poco, hasta la fecha nadie ha traducido su escritura.
Para poner un poco de luz en este fascinante misterio, la obra social de La Caixa ha vuelto a plantar sus reales en la plaza de la Marina con la exposición Iberos. Nuestra civilización antes de Roma, que puede verse hasta el 22 de mayo.
La exposición es además la constatación de que la cultura ibera, desde Cataluña hasta Andalucía, eclosiona gracias a su fusión con otros pueblos del Mediterráneo como fenicios, cartagineses (púnicos) o griegos, dando como resultado una mezcla que haría palidecer a Carod Rovira y a otros fundamentalistas de la patria.
Hay que reconocer además la fabulosa puesta en escena de esta exposición, que ayer mismo consiguió tener a un grupo de colegiales con la boca abierta mientras admiraban a un guerrero ibero, de allá por el siglo V a.C. montado a caballo, aunque a la hora de guerrear la tradición mandaba descender de la montura.
Está también muy conseguida la recreación de una vivienda ibera, que salvo el mobiliario no difería mucho de la de los mileuristas de hoy en día: tenían de 35 a 45 metros cuadrados y solían construirse adosadas. Aunque hay elementos alejados de la lógica actual como la presencia de un huevo en un huequecito del salón, para invocar a la fecundidad.
Los iberos seguían una sana pero forzosa dieta mediterránea en la que no había exotismos, así que el tomate, la patata, el maíz o la berenjena, literalmente, ni soñarlos. En un rincón de la exposición se muestra la despensa ibera, en la que encontramos cereales, aceitunas, legumbres, almendras, queso, pescado y aves de corral. Sería difícil llegar en esos tiempos al sobrepeso.
Pero sin duda lo más llamativo de esta exposición es la reproducción de hallazgos arqueológicos. Nos recibe una réplica de la gran dama oferente del Cerro de los Santos y dentro nos espera una emocionante recreación de la tumba de la Dama de Baza y por supuesto, la famosa Dama de Elche, tan impenetrable como siempre.
Y no faltan las pequeñas piezas, reproducidas al milímetro como una hermosa moneda de Malaka del siglo I antes de Cristo o una colección de exvotos de la que sobresale un guerrero ibero a caballo (el jinete de Moixent).
En suma, los visitantes salen de la muestra como de un túnel del tiempo y con las ideas algo más claras acerca de estas tribus que un día contemplaron los mismos paisajes que nosotros, aunque con muchos menos adosados.
Sí ahí sigue el Cerro de la Tortuga, sin apenas investigar y con la mitad del yacimiento ocupado por los militares.
Toda la zona tiene restos de antiguas civilizaciones y aún puede verse, cerca de la carretera, fragmentos de una canalización romana para el agua, entre otros elementos. Existen en la base del cerro una serie de piedras con incisiones que algunos atribuyen a los pobladores del cerro y otros a los peregrinos que llegaban al santuario, opción que contempla el arqueólogo Muñoz Gambero.
Curiosa forma de averiguar si el que escribe es un ser humano, aunque el mar no tiene siempre el mismo color. Todos somos hombres, sólo algunos son humanos.