En líneas generales, la clase política malagueña suele aplicar las tres des en su relación con los ateneos y academias de nuestra capital: desdén y desconfianza por posibles desviacionismos políticos.
Vista la nueva generación de políticos de Málaga, que se toma el ejercicio de su trabajo como una esperanzadora y bien pagada carrera profesional y no como una vocación temporal, en esta actitud de innegable falta de confianza también subyace la precaución ante colectivos formados por personas más preparadas que ellos.
Ciertamente, si estas instituciones culturales hubieran tenido algo que decir, por ejemplo, en la configuración del PGOU, cuajado de inaceptables oleadas de pisos en las zonas más pobladas de Málaga, no tendríamos la sensación de que ha sido perpetrado por ávidos jugadores del Monopoly.
Por todo ello, resulta de lo más alentador que estas instituciones, deliberadamente apartadas de los centros de asesoramiento, continúen con su labor, incluso si, como ocurre con la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, lleva más de una década sin una sede oficial, una muestra más del ninguneo de esta creciente casta política de jóvenes medianamente preparados.
Inasequible al desaliento y al desdén la academia acaba de premiar la labor de otro meritorio superviviente de la cultura: el Museo del Vidrio y Cristal, que la pasada semana recibió la medalla de honor de la institución.
El Museo del Vidrio merece colocarse a la altura mítica del Alcoyano en lo que a mantenimiento de la moral futbolera se refiere, porque hay que tener mucha fe en la cultura, en Málaga y en las capacidad resolutiva de las administraciones para instalarse en un entorno tan penosamente abandonado como la iglesia de San Felipe Neri, parroquia que para dar fe de tanta desidia, conserva en la fachada las muescas pictóricas de algunos malagueños ungulados.
Y es que, en el ruinoso perímetro de esta olvidada iglesia se podría rodar una película sobre la batalla de Belchite, el pueblo turolense que en lugar de ser reconstruido tras la Guerra Civil, Franco decidió preservarlo en su decrepitud y construir uno nuevo, a mayor gloria de su memoria histórica.
Testimonio de la pasividad y alarmante lentitud administrativa – incapaz de hacer cumplir la obligación de limpiar y vallar los solares– es este trozo vergonzoso de Málaga en el que con todo el mérito del mundo un museo resiste a la adversidad.
La medalla de honor, además de un reconocimiento, es una llamada de atención a los profesionales de la política, que dado que piensan prosperar por muchos años en su puesto, deberían poner más interés en resolver los problemas. Y si acaso, que dejen a sus líderes el lastimoso papel de cargarle el muerto a la administración rival. Felicidades al museo.
Jabegotes
Como curiosidad, los jabegotes que el pasado lunes transportaron el pasado lunes la Cruz de Juan Pablo II y el icono de la Virgen hasta la playa de la Malagueta pertenecían a la Asociación de Pescadores del Litoral Este de Málaga (Aplem) y lo hicieron a los remos de la jábega La Araceli.