A fuerza de hacer saltar los números nos meten el 155 para hacernos olvidar el 135. O lo que es lo mismo: Cataluña para hacernos olvidar del sometimiento a la Unión Europea.
Si la cuestión de Cataluña fuera un huracán al estilo Caribe, como algunos lo presentan, y no una llovizna persistente, como es, no daría tiempo a marcar el paso con el pelotón. Pero sí que lo vamos marcando aunque no siempre llevando bien el ritmo. Por ejemplo, cuando se consideró el momento propicio una bandada de colegas, incluyendo editorialistas (siempre han sido la voz de las empresas y siguen siéndolo, aunque con diseños más modernos) se deslizó con gracia propia de una ‘exclusiva’ sobre un cieno desparramado que sirvió como pista de aterrizaje de la repetida consigna. Parece que ahora estamos en otro momento porque se ha cambiado en parte el discurso, sobre todo el estribillo. Ni siquiera se mantiene el final con ese estrambote agotador: hay que parar el ‘golpe de Estado’.
Estoy seguro de que más de uno, en nuestro propio gremio, se habrá preguntado cuál era el famoso golpe. Esa cantinela seguramente resultó demasiado porque la suprimieron muchos de los integrantes del coro peiodístico. Algunos lo habían engalanado con comparaciones con el 23-F. !ahí es ná! Un avance de proclamas en vez de un desfile de metralletas. Un feroz Puigdemont casi de circo. Un señor muy grande -de circunferencia- llamado Junqueras. Un cinco por ciento de ciudadanos presentados como vanguardia agresiva. Y poco más. Ese conglomerado equivalía a Tejero dando tiros y a tanques de Miláns del Bosch en la calle, con el Rey por momentos vacilante. En fin: ni tuvo ni tiene color. Una reivindicación, incluso separatista pero pacífica, es eso, que existe y está clasificado y estudiado como fenómeno político, social y económico.
¿De dónde salió entonces lo de golpe de Estado? De las fábricas de esloganes, lemas, banderas, birretes, banderines, etc. Todo lo que no puede faltar en una manifestación o en una ‘contramanifestación, incluso las de categoría B, con 30 o 50 contertulios (llamarlos manifestantes es incluso una exageración).
O sea, que llamar a esto ‘golpe de estado’ es un recurso dialéctico. ¿Para qué? Simplemente para darle un nivel que justifique desenterrar la Constitución, sacudir el polvo al articulo 155 y tapar el recuerdo del 135, que ese sí, fue un manejo ilegal torciendo las normas que la propia Constitución fija para reformarla y poniendo por delante una deuda exterior que cualquier necesidad de España. Si se creara una república catalana y en ella se adoptara una norma así, en detrimento del pueblo catalán, se la consideraría un ataque directo contra ese pueblo y en España se ha hecho en complicidad entre PP y PSOE, complicidad que quedó después en entredicho pero que hoy (también en base al conflicto con Cataluña) vuelve a ponerse de manifiesto.
Quizás el protagonismo del articulo 155 viene a contribuir sobre todo al135, verdadera lápida para nuestra precaria democracia, a la que quieren vestir cada dia con nuevos adornos pero que está en trance de hundimiento. La exhibición del trío (la ‘brigada de auxilio europeo’) convocado por el rey Felipe VI, no lo olvidemos, es un plantel de altos burócratas de dudoso curriculum.
(no se olvide la vinculacion de Juncker con el paraíso fiscal de Andorra). En fin, vaya lo uno por lo otro: un 155 trampeado que trata de hace olvidar al 135, más tramposo todavía.
Dicho esto, es importante para mi, personalmente, acotar que considero una verdadera tontería (peor que un crimen: un error, que diría, Clemenceau) separar a Cataluña de España. Ya se ha visto que torpeza es, en estos tiempo, el separatismo al estilo vasco y ellos si parecen haber aprendido la lección.