Pasamos del todo es noticia al nada es noticia. Da lo mismo: uno y otro son discursos repetidos hasta el agotamiento y que nadie quiere ya escuchar.
Se me antoja que también a los que escribimos sobre la actualidad nos ha llegado la hora de ajustarnos a unas plantillas. Para presentarlas como grandes temas a veces se llega al desiderátum: son asuntos que incendiaron las redes. Un incendio en las redes se apaga solo, más rápido mientras menos nos preocupemos. Al revés que los incendios reales que requieren creciente ocupación y preocupación.
Lo cierto es que no termina de resultarnos patético que la hija de Periquito se haya llevado un gran disgusto con su madre, que puede ser la mismísima Reina Madre de las viejas chismosas de la tele y ahora el culebrón parezca salir de la pantalla y convertirse en un tele zombi. !Dios mío! ¿Quien apagará este incendio? Pero resulta que no es un incendio, sino un papelillo chamuscado y ceniza de algún rebelde que ha fumado a escondidas.
La decaída alarma de incendio nos vuelve a dejar en este páramo informativo del todo es noticia, al cual hemos pasado desde el nada es noticia. A veces la culpa es particularmente de Trump, que una mañana nos pone en bandeja su romance con Putin, y a la semana siguiente lanza una feroz regañina al chiquito gordito de Corea del Norte. No teman llamarlo así porque este gordito no tendrá problemas de acoso escolar. Pero ni se les ocurra llamar gordito al chico gordito compañero de nuestro hijo.
Hemos llegado a un punto de saturación del lenguaje, a tal extremo que da la sensación de que nos va a estallar. Por estos parajes de la actualidad hay que echar la sonda marina a cada rato porque nos puede anunciar profundidad suficiente para navegar y diez centímetros mas allá nos encontramos con un arrecife que perfora el casco.
Si a algo se puede llamar estar entre la espada y la pared es a esa situación en la que se oyen gritos, insultos y amenazas por llamar a las cosas por su nombre, exigiéndonos perentoriamente que busquemos sucedáneos….al tiempo que se oyen gritos, insultos y amenazas por parte de quienes se sienten acallados y amordazados precisamente por llamar a las cosas por su nombre, sacándole antes todo el filo posible para que su simple roce deje herida.
Y lo peor no es eso: detrás de los gritos, insultos y amenazas hay posturas de fuerza; detrás de las posturas de fuerza hay entrenamiento para la violencia; detrás del anuncio de la violencia viene el ejercicio de la violencia… De un lado y del otro se reclama más fuerza, más firmeza. Y esto se traduce en jalear a los que son más violentos o a los que prometen soluciones integrales que suelen comenzar con “esto yo lo arreglo con un par de hostias bien dadas”.
Traduzcan las hostias bien dadas a un par de adoquines o de palos de béisbol; traduzcan, ya en otras latitudes, a un par de misiles; traduzcan ahora al lenguaje de Trump y ya podemos estar al borde de una guerra nuclear sin apenas enterarnos.
Y luego hagan el proceso en sentido inverso. Pasen de la caracterización de quien opina distinto que nosotros como ultraderechista o directamente miserable fascista o «repugnante cerdo franquista»…? …solo es cuestión de imaginación. Incorporen el opcional para polémicas feroces: «asesino genocida» y toda una retahila similar. O bien: «comunistas criminales que abrieron sus ‘chekas’ en toda España y fusilaban a mansalva».
¿Como se pasa de aquí al gordito? ¿Qué tiene que ver una chica bajita, pelirroja, sin gracia, con un comunista fanático o con un fascista cavernícola? Tienen una sola cosa en común; en la figura con poca gracia o en el insulto fácil se ve el flanco débil para morder.
En realidad, da lo mismo si hay insultos o solo signos de desprecio; si hay violencia o solo señales de absoluta intolerancia. Nos vamos deslizando por ese tobogán que nos lleva al reino donde nada es noticia, que es otra orilla de la misma isla donde todo es noticia. Nos van quitando día tras día trozos de este mundo para convertirlo todo en esa isla de incomunicación en la que vivimos.
Cuando intentamos comunicarnos siempre decimos lo mismo: un discurso inútil que recitamos y nunca revisamos. ¿Cree alguien, realmente, que España hubiera tenido un futuro mejor siguiendo el camino soviético? ¿O que un neofranquismo sin disimulos hubiera encontrado aliados y sabido hallar un atajo a la modernidad?
No hay más cera que la que arde: es el mundo el que ha descarrilado y hoy nos enfrascamos en absurdas batallitas ideológicas cuando el fracaso de nuestra civilización es planetario.