Hace un siglo los revolucionarios rusos querían darle «todo el poder a los soviets» …¿A quién se lo daríamos hoy?¿A la UDEF? (¿A Udyco? ¿Al CNI?)
Hace cien años, entre tantas consignas, proclamas y canciones estalló en Rusia aquel famoso «Todo el poder a los soviets». A saber qué hubiera ocurrido en la Unión Soviética y en el mundo si Lenin hubiera sobrevivido más tiempo a ese famoso grito. He intentado buscar una ‘traducción’ de aquel lema a los tiempos actuales y, tratando de tomar las cosas con mucha seriedad, me ha salido algo impresentable. Ya se sabe que el relativismo marca toda realidad con unos códigos de tiempo y de lugar, al menos mientras sigamos acatando las tres dimensiones famosas y tengamos en el armario la cuarta dimensión que lo cambiará todo. Las ‘leyes’ del relativismo, que atacamos a veces con furia como si la sociología o la antropología hubieran inventado las corridas de toros, son, como toda ‘legislación’ o ‘normalización’ de origen científico, un ‘mapa’, un plano de la realidad que nos ayuda a conocerla y entenderla. «Los toros no son cultura, hombre», nos dicen con reproche, como si uno quisiera colar a los toros entre Manuel de Falla y Picasso, incrustándolos a martillazos. Picasso les dejaría un hueco, aunque fuera testimonial. Los feroces críticos del relativismo no quieren resignarse a que lo que ha cambiado es el concepto de ‘cultura’, que ya no designa lo cultivado, sino todas esas cosas que un pueblo va produciendo a través de décadas, siglos, y a veces se acumula en algún portal herrumbroso sin pedir permiso a nadie. La cultura acumulada de cada pueblo tiene sus sacos de desperdicios y muy probablemente un invisible ‘cuadro de honor’ donde aparecen muchos de los que antes llenaban todo el ‘espacio cultural’.
Pero… ¿no pretendíamos traducir a nuestro mundo de hoy aquel estallido de «Todo el poder a los soviets!»?
Por mucho que revisamos la realidad, hasta debajo de las alfombras, no encontramos otra traducción posible: «Todo el poder a la Udyco, a la UDEF, al CNI y hasta el CITCO (Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado)».
Cuando lo decimos así, como broma suele tener un efecto desternillante: los ‘me parto’ o ‘me meo’ confirman el resultado positivo del experimento. Lo que pasa es que hay un ‘segundo momento’ en el que los risueños amigos que participan involuntariamente de nuestro ensayo se ponen serios y cavilan.
Aparecen, de tanto en tanto, protestas por actuaciones por parte de algunos de estos cuerpos, todos ellos llamados ‘de inteligencia’, que sobrepasan los límites legales. Y últimamente se han hecho públicas ‘insinuaciones’ de que algunas grabaciones o testimonios pueden haberse tergiversado con la intención de involucrar en actuaciones ilegales (o sospechosas de serlo) al gobierno mismo o a algunas de sus figuras.
Hoy estamos todos vacunados para no caer en pequeñas o grandes trampas creadas por un entramado de intereses al que generalmente no son ajenos los medios de comunicación.
Entre las frecuentes (aunque no muy destacadas) protestas o advertencias leemos una del pasado mes de abril: «Se está admitiendo sin demasiadas protestas un recorte del ejercicio de libertades que hace años eran aceptadas sin problema alguno y consideradas inherentes a la democracia».
Y es que en realidad puede crear más alarma lo que mencionábamos antes: los que pueden estar destinados a proteger a figuras próximas al poder, escondiendo datos que les pueden perjudicar.
La verdad es que toca reflexionar: ¿no hemos estado estos últimos años confiando cada vez mas en estos cuerpos de seguridad (llamarlos ‘de inteligencia’ siempre nos pareció una licencia poética) viendo que escarbaban y dejaban a la vista miserias y delitos, engaños y robos… y que parecían involucrarse cada vez más en poner a la vista las evidencias de la creciente corrupción?
Antes que avancemos más demos paso a lo que se convierte en clamor fácilmente: ¿no nos hemos hecho cómplices al seguir votando a los corruptos?
O nos quedamos cortos o nos pasamos a medida que las protestas por la pérdida de libertades se aplacan y se ve cómo crece la peligrosa ‘autonomía’ de los cuerpos policiales. Pese a las sospechas y temores parecen más a salvo de la corrupción que los políticos. Pero el temor es que lo tóxico se extienda cada vez más y quedemos totalmente en manos de delincuentes. O le demos ‘todo el poder’ a la policía y resultemos atrapados por nuestros propios miedos, como suele ocurrir.