Los enterradores de la democracia no son sus enemigos de siempre: son los que se presentaron como sus defensores y guardianes, que la tergiversaron y la traicionaron
Sabemos que la sociedad globalizada sigue una especie de guión, bautizado con acierto como ‘pensamiento único’ Pero hay algunas situaciones que crean dudas. Esencialmente, se trata de que ese ‘guión’ nos permite en ocasiones opinar y actuar con variantes, en contradicción con el adjetivo ‘único’. Lo de ‘único’ nos permite estar prevenidos de ese dominio que nos amarra, pero no debemos tomarlo literalmente: a veces no nos impone un determinado curso de acción, pero si un tabú: ‘por aquí no se puede ir’. El Sistema nos ‘dirige’ creando e imponiendo los ‘moldes’ de opinión que procuran darnos una ilusión de libertad.
El desgaste del Sistema ha frustrado en los últimos tiempos tales ilusiones y ahora mismo están en auge actitudes de desobediencia y hasta de rechazo. Es como si esos mecanismos de dominación, antes bien disimulados, hayan quedado expuestos repentinamente. Pero el Sistema dispone de una serie de mecanismos de protección, al modo de una carrera de vallas. Una de esas vallas, quizás la más poderosa, es el sistema bipartidista; o, para decirlo de una manera más abarcadora, la apertura de opciones que ofrecen la apariencia de un cambio. Estas opciones actúan como un reaseguro: permiten nuevas vueltas de tuerca alimentando diferencias que, más tarde o más temprano, se muestran inexistentes.
Estos mecanismos se pueden ver con bastante nitidez en España pero en casi todas nuestras ‘democracias avanzadas’ han ido quedando al desnudo.
Como se puede ver en los procesos electorales de varios países europeos, esta primera valla está siempre presente. Hagan una sencilla operación matemática: comprueben, por ejemplo, cómo una eventual victoria electoral de las fuerzas que están siendo denunciadas como ‘ultraderechistas’ o como ‘populistas’, no les da acceso al gobierno o les obliga a coaliciones que invalidan las propuestas reformistas.
El clamor levantado por el brexit ayuda a valorar la forma cómo el Sistema está atrincherado tras las defensas que ha ido creando para que nadie pueda derribarlo. Muchos en Europa habían heredado la histórica desconfianza del continente hacia los británicos, a los que el extinto general De Gaulle, gran líder continental al que no se quiere recordar (héroe de la lucha contra el nazismo es difícil acusarlo de nazi) consideraba sin atenuantes como país socio y agente de los intereses norteamericanos y, por tanto, enemigo abierto o solapado de una Europa autónoma.
Simétricamente, muchos británicos han alimentado la creencia de que Europa merma la autonomía del gobierno de Londres. De ahí que repentinamente dieran un vuelco para tratar de quitarse las ataduras continentales.
Si nos fijamos en las interpretaciones de lo que está pasando en Europa vemos cómo funciona el ‘guión’. Lo primero que quieren inculcarnos es que la supervivencia de la propia Unión Europea y del sistema democrático dependen de que esas fuerzas disidentes (‘populistas de izquierda’, extremistas de derechas, racistas, xenófobos o nazis) sean identificadas como ‘enemigos’ de nuestros valores. Cuando se recurre, simplemente, a la hemeroteca, para mostrarles cómo han sido partidos centrales del Sistema los que han provocado la muerte de miles de personas, alegan que estaban forzadas a adoptar las mismas líneas de acción de sus rivales por miedo a ‘la pérdida de votos’. Así, la acusación de racismo y xenofobia se transfiere a los votantes… es decir, se le adjudica al propio sistema democrático. Y aquí viene el plato fuerte de todo el razonamiento: la esencia de la democracia no puede estar en «una mera expresión electoral».
Antiguamente, las fuerzas políticas antisistema denunciaban esta conversión de la democracia en un puro recuento de votos, negando la participación popular. Hoy, los argumentos se han intercambiado: es el Sistema el que, cuando pierde votos, quiere transferir las culpas a los votantes.
Si hay algo que muestra la entraña del Sistema es que el creador de un gran paraíso fiscal, Luxemburgo, el señor Junker, sea el presidente de la Comisión Europea, el organismo con más poder dentro de la UE. ¡Un gran evasor al frente de la superdemocracia! Un protector de delincuentes como máxima autoridad de esta Europa, en teoría refugio de los grandes valores de Occidente. En verdad, son los enterradores de la democracia.