El que se está hundiendo sin rescate después de crear este mundo huérfano de futuro es el liberalismo. Uno de los portavoces más audaces es el Nobel Mario Vargas Llosa que algún día deberá afrontar que nos quiso presentar como real una de sus ficciones
El afán por descargar culpas de los seguidores del liberalismo está empezando a adquirir tintes ridículos. Los fracasos se multiplican y los éxitos desaparecen por completo. El máximo exponente ‘latino’ de esta ideología decadente sigue siendo Mario Vargas Llosa, con su Nobel por escudo.
El comunismo, como él lo dice, es hoy una ideología residual, pero Rusia ha retomado su estatus de potencia mundial. No hay más comunismo tampoco en China, pero los chinos se han convertido en una dictadura neocapitalista. Estados Unidos sigue aspirando a ser la ‘gran democracia’ ejemplar, pero Trump está destrozando las ‘señas de identidad’ de los norteamericanos y anunciando un gran rearme y un liderazgo cada día más belicoso. La Unión Europea es un fracaso tan evidente que ya casi nadie sueña con ‘refundarla’.
¿Quién es el culpable de este desastre generalizado? Para Vargas Llosa está muy claro: el populismo. ¿Cómo es posible que el populismo, sin haber casi tocado poder, haya provocado efectos tan catastróficos?
Las explicaciones del Nobel parten de una de sus afirmaciones, siempre rotundas e inapelables: el populismo es un virus. Y puede atacar tanto a las naciones avanzadas como a las más pobres. Acude entonces al duo derechas/izquierdas, del que tanto se nutren los liberales. Mucha gente sigue queriendo explicar al mundo desde esa dicotomía, aunque cada vez les sirva menos para entender la realidad. Vargas Llosa necesita vitalmente ese tándem izquierdas/derechas porque esa es la gran simplificación: Trump es populista ‘de derechas’ y ese es el populismo que ataca al mundo desarrollado. Los partidos y grupos que disputan la hegemonía a las fuerzas tradicionales en Europa pueden ser ‘populismo de derechas’ o ‘populismo de izquierdas’, según convenga. Los partidos que aún gobiernan en América Latina son ‘populismo de izquierdas’ y Vargas procura descalificarlos, como lo ha hecho siempre. Prefiere ensañarse con los que están más debilitados, como el insostenible ‘experimento’ de Maduro, en Venezuela.
Un humorista, como pasa tantas veces, da una clave del promocionado ‘debate’ entre las fuerzas tradicionales europeas y los que las están desafiando: desde una patera avisa un emigrante que hay que cuidarse de estas nuevas fuerzas porque todo va ir a peor… Desde otra patera otro emigrante pregunta, asombrado: «¿peor?». Esa es una de las claves porque los seudo demócratas europeos han permitido que miles de emigrantes murieran ahogados… y hacen esfuerzos por disimular que ellos han sido los colonialistas, los que han llevado al hambre y la miseria a quienes hoy son emigrantes. No fueron los temidos populistas, a lo peor porque no tuvieron tiempo, pero el caso es que no fueron ellos. Es difícil sostener las peregrinas teorías de Vargas porque para intentar defenderlas hay que hacer lo que hace él: dar la espalda a la realidad y negar las experiencias históricas de este primer cuarto de siglo y del siglo anterior. El recurso para negar la realidad resulta infantil «es un virus». Con esta explicación biológica huimos de las explicaciones políticas, tan incómodas. Dice Vargas que el racismo se justifica buscando chivos expiatorios… Pero exactamente eso, encontrar un chivo expiatorio, es la culpabilización del populismo.
Afirma también que los populistas latinoamericanos establecen «alianzas mafiosas con empresarios serviles»…y no es capaz de denunciar que esas alianzas mafiosas son las que están agobiando a muchos países ‘avanzados’, como Italia y España. Habla del ‘capitalismo corrupto de los compinches’ pero no para reclamar por la espantosa situación de México o de Brasil, por ejemplo, sino para estigmatizar una vez más a Cuba o a Venezuela. Pretende denostar a ‘un nuevo enemigo’ y echar bajo la alfombra la mugre, ya imposible de limpiar, que ha desparramado el liberalismo por el mundo entero. Es fácil, pero infantil, encubrir el fracaso total del liberalismo, al que han derrotado ‘desde dentro’ los mafiosos que terminaron admitiendo que no han hecho más que agrandar las desigualdades. Del liberalismo tendrán que salir, si pueden, los «países incautos que se rindieron a su hechizo», que no son, al menos por ahora, como el sostiene, las presuntas víctimas del populismo… Entre otras cosas porque… ¿no era un virus?