La promoción de la cultura presenta atajos y trampas que nos pueden dejar en ridículo sin apenas darnos cuenta. La corrupción no perdona y nos puede dañar en nuestro talón de Aquiles: aparentar formación, capacidades y valores que no poseemos.
Hace no mucho tiempo (un par de años quizás) apareció una noticia proveniente de un país europeo (tal vez Italia) que daba cuenta de la experiencia realizada con un eximio violinista al que se le pidió que se ‘disfrazara’ de músico callejero y pusiera la típica gorra con la que se intenta recoger algún dinero donado por los transeúntes. Hasta aquí estos recuerdos inseguros… ahora ya no sé si yo (o mi memoria, que para el caso es lo mismo) me inventé algunos ‘adornos’, porque se mezclan otros presuntos recuerdos de los que no tengo confirmación posible (nunca se sabe: lo mismo aparecen otras personas que han retenido en sus memorias otros datos o detalles). No me fío de las imágenes que me vienen, asociadas a esta noticia, pero una de ellas da protagonismo a un niño asociado al experimento…
El caso es que el reconocido artista había recolectado muy poco dinero. La gente pasaba a su lado y ni siquiera reducía el ritmo de sus pasos. Al cabo de este ‘test’ sociológico quedaba un resultado desolador: la misma gente que gastaba una fortuna para escuchar sus conciertos o que disputaba las entradas para asistir ‘en vivo’ tal como si se tratara de… las rebajas de un hiper… Esa misma gente pasaba al lado del eximio artista con total indiferencia y sin darse cuenta nadie de que estaban ante un genio.
En su día, la anécdota fue motivo de múltiples comentarios. ¿Realmente somos tan ignorantes? ¿Como podemos fardar de vida ‘intelectual’ si no sabemos reconocer siquiera a un genio del violín…? Peor todavía: aunque no estemos muy ‘puestos’ en materia de violinistas y ni siquiera tengamos hábito de escuchar música sinfónica… ¿No deberíamos al menos ser capaces de sospechar que estamos ante un artista genial?
Me da la impresión de que esta sola anécdota hubiera debido desencadenar epidemias de modestia o proliferación de cursillos sobre las más elementales cuestiones que antiguamente se incluían bajo el epígrafe ‘cultura general’.
Cuando somos amigos de artistas la cosa no siempre mejora. En muchas ocasiones nos basta con esa relación personal y no nos preocupamos mucho de los que no entran en ese círculo amistoso nuestro.
O sea, que deberíamos contar también con cursillos, por ejemplo, sobre ‘pintores abstractos en Málaga, Siglo XXI’ (o bien… ‘Por qué apenas hay pintores abstractos en Málaga, Siglo XXI’). En medio de este panorama y contando, en sentido contrario, con el interés por lo que el fallecido ‘futurólogo’ Rafael Lafuente (con su gracia habitual) llamaba, parodiando a los concejales de cultura de los ayuntamientos, ‘la cosa curturá’ deberíamos poner un cuidado exquisito en aprender antes que enseñar.
Muchos habrán leído sobre el caso ocurrido en Málaga, hace apenas unos días, cuando una veintena de visitantes quedaron hechizados en la observación de un carro de la limpieza que la señora encargada de utilizarlo había dejado abandonado al ser llamada con gran urgencia. Hasta que no volvió la señora que lo conducía el carro siguió allí y hubiera sido interesante, caso de poder hacer hablar a los objetos, que nos relatara su experiencia. La información hablaba de que los responsables del museo, visto el inesperado éxito del carro de la limpieza, ya estaban pensando, tan veloces, en organizar una exposición de objetos de uso cotidiano. Creemos recordar que existía un museo dedicado a este tipo de objetos (el de Artes Populares) aunque no sé si habrá sobrevivido a la avalancha de nuevos museos.
En cuanto a los espectadores, víctimas de las prisas de la señora de la limpieza, por lo visto se fueron dispersando con cierto disimulo para no quedar en evidencia como… ¿cómo qué?
Tal vez ahí es cuando pinchamos en hueso. ¿Hay que adjudicar las culpas a las redes sociales, por alentar la difusión de una ‘cosa curturá’ tan poco sólida? ¿O bien es la tendencia de la época, que hace tabla rasa con las ‘jerarquías’ culturales y nos pone en el mismo nivel un precioso (y preciosamente fotografiado) plato de tallarines que unos diseños de Leonardo Da Vinci?
No olvidemos que la corrupción también es capaz de infiltrarse en todas las actividades y de expandirse a todos los niveles. !No vemos ya como cosa de todos los días que excelentes actores y famosos deportistas hagan de modelos para presentar una colección de algo, de lo que sea, mientras les entrevistan!
Es curioso cómo cualquier dato sobre la inasible realidad que estamos viviendo nos sacude, nos impone unos ejercicios como para ver si ‘las neuronas están ahí’ y al final nos deposita entre los podridos olores que emiten las crecientes resacas de la corrupción.