De nuevo tiene muy poco: es el viejo amor narcisista por nosotros mismos que se ha convertido en centro de nuestras vidas y hasta ha puesto a los hijos en el lugar de la pareja perdida.
Mientras vemos a la democracia debatirse entre quienes la quieren descuartizar y quienes le dan vacunas sospechosas (¿alguien la quiere proteger de verdad?) siguen creciendo sin cesar las amenazas sobre nuestro modo de vida. Y estas son más peligrosas incluso que los vaivenes y los caprichos de los políticos.
Ojo con el difunto Baumann porque ya lo están usando para un barrido como para un fregado… ahora todo es pensamiento ‘líquido’.
Los analistas que han asumido la tarea de diseccionar este narcisismo que nos ataca arrancan con una salvedad que puede invalidar todo el análisis: que las sociedades que mejoran y crecen son las que se asientan en el individualismo. O sea: que ‘la madre’ de todos los narcisismos, el individualismo, es un dato positivo. Antes de ver nada, antes de tomar distancia con el fenómeno, asegurémonos de que nadie nos fastidie la base de nuestro poder: una sociedad aborregada, que funcione disciplinadamente, es hoy el resultado de un individualismo de supermercado: elegir los colores es darle nuestro ‘toque’ personal a lo que se consume. Colores, botoncitos, carcasas pintadas y otras pamplinas similares son lo distintivo,lo que nos hace diferentes. No toquemos ese supuesto individualismo que ahí reside el secreto del éxito, de la riqueza… podríamos decir lisa y llanamente ‘de nuestra felicidad’.
Bien. Salvado el individualismo, imaginariamente base sólida del desarrollo, del reparto de la riqueza (¡sí, también!) y de la alegría… queda por ver el narcisismo ya reducido a fenómeno psicológico, y no social, solo peligroso cuando se cae en un exceso.
Esto ya es otra cosa. Nuestra sociedad, las maravillosas metas altruistas de las multinacionales, el amor al prójimo ‘repentino’ de actores, cantantes, artistas… todo eso representa una valiente corrección. Nos estábamos olvidando de los que sufren, de los que pasan frío y hambre. Ahora volvemos a pensar en ellos: rifas, tómbolas, sorteos, premios, torneos… no los olvidemos. Los que mueren de hambre y de frío técnicamente no son asunto nuestro… lo nuestro es la vida cotidiana. Es algo parecido, podríamos decir igual, que nuestro óvolo al pobre en la puerta de la iglesia. Solo que organizado por grandes poderes económicos.
Volviendo al incómodo narcisismo. No se trata de evitar los excesos. El narcisismo mismo es un exceso.
Los selfies, la puesta en escena de episodios cotidianos, la sacralización de lo familiar, la orla imaginaria en cada foto de nuestros pequeños episodios profesionales o de nuestros acontecimientos gastronómicos, nuestros amagos deportivos, nuestras heroicas caminatas… En otras palabras: todo lo que es ‘nuestro’. Nosotros mismos pero, además, el narcisismo irradia: y se instala en todo lo que nos rodea.
Personalmente creo que el narcisismo es la deformación grotesca del individualismo. Pero la desgracia está en que se quiere (se dice que se quiere) limar las aristas narcisistas sin afectar ese estupendo egoísmo individualista pintado como catapulta al progreso. Algo así como esos pases del malabarista que quita el mantel con un certero tirón y todos los platos y copas quedan en su sitio.
Pero donde la expansión narcisista me parece más amenazante es cuando los críos entran en los selfies, son artistas invitados en los vídeos de las mascotas (otro evidente sujeto de ‘adoración’ narcisista vicaria) y empiezan a convertirse en los ‘reyes’ o ‘príncipes’ de los hogares’. Y ya no se trata del ‘complejo de Napoleón’ que les hace ‘enanos dictadores’ (hace tiempo ya que los llamamos así y algunos psicólogos tomaron prestado el nombre)… Se trata de que asumen todos los roles menos el que les corresponde, porque cada vez conozco a más madres, sin pareja casi siempre (pero no siempre), que hablan de sus hijos como si fueran amantes… Y no solo porque les digan ‘te amo’, sino porque desplazan a cualquier ser humano adulto… y muchas veces con la aclaración expresa de que ya no buscan ‘novio’ porque ya tienen al «amor de su vida».
A mí me parece peligroso y de por si dañino que la ruptura de una pareja derive en que los hijos sean los sustitutos. Y no solamente por el fracaso de la existencia misma de las parejas sino también porque ‘educa’ a los niños para ‘no buscar’ y asumirse como reemplazo del padre desentendido o ‘prófugo’.