En un artículo titulado ‘Peligro: democracia’, Fernando Savater nos advierte contra los que se ponen por encima del bien y del mal y reniegan de la democracia si los votantes no hacen lo que se espera de ellos
Uno tiene pocos héroes –si es que tiene alguno– de modo que alimenta humildes mitos para que le ayuden a ‘ir tirando’. Para mi, uno de esos ‘mitos bonsais’ era, hasta hace un tiempo, Fernando Savater. No coincidía con él en muchas cosas (empezando por su filosofía liberal, que no comparto) pero valoraba su adicción a ciertos principios, entre ellos el de respetar la democracia por encima de modas y demagogias. Por eso me quedé bastante desconcertado cuando lo vi recibir el Premio Planeta, sabiendo, como sabe todo el mundo, que lo normal es que ‘esté dado’. No entendía cómo, con su prestigio e imaginando que sus ingresos (además de colaboraciones de prensa abundantes, derechos de autor de un escritor consagrado) eran suficientes para vivir dignamente y no necesitaba apuntarse a un galardón que vive en una nube de sospechas. Bueno, en fin, cada uno acomoda su vida como puede. Pero este pasado domingo tuve, por así decirlo, como un ‘reencuentro’ con el Savater que yo admiraba. En medio de un periodismo que se apunta tan fácilmente al tópico y en el que abundan los ‘trepadores’, Savater escribió un artículo (¡Peligro: democracia!) a mi modo de ver muy valiente. Lo presenta así: «El poder más temible en un sistema político libre es la saludable capacidad de toda la ciudadanía de poder elegir, aunque vaya en contra de la argumentación más racional».
Lamentando la elección de Trump (como casi todo el mundo, incluyéndome a mi) hace un resumen de los argumentos racionales y lógicos que denunciaban al candidato triunfante, mientras que ‘a su rival lo recomendaba el presidente anterior, los periódicos de referencia, artistas, intelectuales, etc.’ Y añade: «Pues vaya, caramba, esa sí que es una muestra estremecedora pero indudable de libertad. Porque elegir según recomienda la lógica, la fuerza de las razones, la opinión de los expertos políticos y morales, puede ser socialmente beneficioso pero deja un regusto de que es ‘lo que hay que hacer’, lo obligado». Y después añade: «La libertad política es algo muy deseable de tener pero peligroso de utilizar».
Inevitablemente nos trajo a la memoria aquel texto de Mark Twain que alguna vez hemos citado: «Gracias a la bondad de Dios tenemos en nuestro país la libertad de expresión, la libertad de conciencia y la prudencia de no poner en práctica ninguna de las dos».
Bueno, esta vez faltó la prudencia. «La democracia no es –sigue Savater– el asilo de la lucidez, la solidaridad, el buen gusto o la creación artística, sino que es ‘la tierra de los libres’, como dice el himno de los Estados Unidos». Se queja después de los que apelan al ‘no nos representa’, porque «se consideran por encima de la democracia y capacitados para decidir cuándo la libertad ha optado por el bien o cuando no». No hace falta un esfuerzo de imaginación para ver que este ponerse por encima del bien y del mal es lo que hace la señora Clinton y el papel que se autoasignan los Cebrián o los Felipe González. «Todos son gente –acota– (tanto) los que piensan como nosotros (como) los demás». Y opina que es «inútil empeñarse en ‘regañar’ a la gente…., mejor es perseverar en educarla para argumentar y comprender en lugar de aclamar». Frase ésta en la que asoma la nariz el maestrillo liberal que sigue creyendo que su ‘fórmula’ es la buena y que sigue proyectando una sombra de mesiánico redentor que va anunciando su buena nueva.
Cuando Alexis de Tocqueville escribió, con tantas capacidad de observación, sobre ‘la democracia en América’, viendo venir la eclosión de las masas, decía: «…la democracia ha sido abandonada a sus instintos salvajes, creciendo como esos niños privados de los cuidados paternos que se crían solos en las calles de nuestras ciudades y que no conocen de la sociedad más que sus vicios y sus miserias (…) Más tarde se la ‘adoró como imagen de la fuerza’ y cuando ‘se debilitó por sus propios excesos los legisladores concibieron el imprudente proyecto de destruirla en lugar de tratar de domarla y corregirla y no queriendo enseñarla a gobernar solo pensaron en desterrarla del gobierno».
La cuestión ahora es ver si se va a intentar destruir a la democracia, como ya lo están haciendo en Europa, convirtiendo las consultas a la gente –a los votantes, a los afiliados dentro de los partidos– en situaciones peligrosas y volviendo a aquellas temibles definiciones (¡bajo la apariencia de rescatar a la democracia’!) del tipo de ‘todo para el pueblo pero sin el pueblo’. Savater propone «alternativas ideológicas fuertes, no simplemente apelar al pragmatismo y la rentabilidad. Hagamos lo que hagamos seguiremos remando en lo imprevisible».