Partir de cero, sin trampa

20 Sep

Quizás no se haya hecho lo necesario para sortear el peligro de convertir al 15M en un partido político. Ahora hay ‘mar gruesa’ y enderezar el rumbo se hace mucho más difícil

Los que hace ya cinco años nos pusimos detrás de las banderas del 15M nos leímos con atención las pancartas y escuchamos con el oído bueno (en mi caso, el menos malo) los estribillos. Ni en lo escrito ni en lo ‘cantado’ había otro mensaje que el crudamente ‘antipartidos’, extendido a una crítica demoledora también a los sindicatos. Todo lo que formaba parte del Sistema o se enroscaba a su alrededor, como una trama tejida por el poder, caía bajo las ráfagas de esos ‘disparos’. Después vinieron las definiciones más precisas, como la de identificar al ‘establecimiento’ como una casta.

Pero el rechazo a partidos y sindicatos, global, era imponente y se alimentaba de unas pocas consignas que enfocaban las ‘miras’ cada vez con mayor precisión, del tipo de «no tenemos pan pa’ tanto chorizo». Efectivamente, con ser más fácil de ‘fabricar’ y estando a disposición de todos en panaderías, pastelerías y hasta gasolineras, lo que no resultaba suficiente era el pan: la provisión de chorizos era super abundante y la diversidad daba para todos los gustos. Tanto, que todos comenzamos a ser expertos en la materia, al punto de que la evasión de capitales (como fue el famoso caso del exministro Soria) para eludir impuestos ya parecía algo anecdótico. Anda por ahí la famosa amnistía fiscal disfrazada y esa tiene su propio ‘paraguas’ legal.

Los que nos acercamos al calor del 15M no buscábamos más que arroparnos unos a otros y nos asombramos de ser tantos. Lo que parecía una protesta apenas ‘testimonial’ se iba convirtiendo en una agitación que convertía la vieja política en un tembladeral. Algunos expusimos entonces nuestra idea de que ese movimiento no podía traducirse a partido político: se trataba de un movimiento espontáneo con un enorme potencial movilizador pero eso nos parecía imposible de reconvertir en un partido político.

Cuando la gente que más tarde tomó el nombre de ‘Podemos’ se lanzó abiertamente a la movida política –¡y a la electoral!– nos vimos aprisionados (al menos, ese fue mi caso) entre dos grandes tentaciones: la de querer arrebatar la política a los políticos, de una parte, y la de crear una especie de ‘secta de los puros’ y convertirnos en una suerte de ‘fiscales’ señalando culpables a diestra y siniestra.

Paralelamente, otra insidiosa cuestión se había ‘infiltrado’ en le nueva fuerza, convertida en un ventarrón: los partidos y sus siglas habían olido rápidamente el ‘caladero’ de votos y ya estaban allí, como miles de individualidades (que eso éramos) pero con un tarjetón que poco a poco iban dejando asomar de sus bolsillos, cada uno con su sigla y su lema propio, tratando de añadirle una apostilla a las grandes consignas.

Si aquello era un movimiento de protesta, por fuerza ‘tenía que ser de izquierdas’. Esa era la primera trampa. Ignoraban todavía (¿o lo siguen ignorando?) que hay otras grandes ‘movidas’ que están creciendo en muchos sitios y que se están haciendo particularmente visibles en la propia Europa, que en muchos casos también reivindican la democracia («democracia real ya», era otra de las consignas del 15M) y que en cada sitio incorporan reivindicaciones propias y en casi todos reclaman por una estafa que ha quedado a la vista como cuando baja la marea: han construido una Europa autoproclamado ‘demócrata’ pero falta de auténtico respaldo popular. Hábilmente, los viejos partidos acusaron a los ‘emergentes’ de ‘radicales’ o ‘extremistas’ (de derecha o de izquierda, según conviniera). Todo el travestismo de la vieja política se empleó en presentar a los ‘nuevos’ como peligrosos enemigos de la recepción de refugiados, por ejemplo. Pero fueron los viejos partidos, los que están gobernando en casi todos los países de Europa, los que buscaron el auxilio de Turquía para poner un muro de contención a la marea humana que escapa de las guerras tan cercanas del llamado ‘Medio Oriente’. No fueron los turcos, ni los húngaros ni los griegos… etc. los que crearon y medraron con los conflictos de estos cercanos vecinos. Esas cuentas sin saldar tienen relación más directa con Francia, Alemania o el Reino Unido (y, en todo caso, con Israel y Estados Unidos). Vale decir que los primeros responsables de los éxodos de los que huyen de esas cercanas guerras son los que ahora se esconden detrás de Turquía, por ejemplo.

Solo si las cuentas se ponen ‘a cero’ realmente se podrá intentar de nuevo la construcción de una Europa que hoy ya no representa los viejos valores de la democracia, que sí pudo reivindicar 70 años atrás, cuando luchó contra el nazismo. Si hay que partir de cero tendrá que ser sin trampas.

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