Deberíamos tomar consciencia de que una catástrofe política ya se ha consumado. Lo que todavía no sabemos es la magnitud del daño. Quiero decir que los mecanismos reguladores políticos, los frenos y los previstos cortafuegos no han funcionado. Hay una variedad de posible explicaciones pero la gravedad del caso es que la medicina preventiva ha fracasado. Estamos hablando, supongo que los lectores lo sospechaban, de las fracturas que ya ha sufrido el sistema democrático ‘liberal’ (el único que se ha puesto en funcionamiento hasta ahora).
En Europa del Este ya han saltado los fusibles varias veces y de momento la ‘clase dirigente’ lo único que ha hecho es volver a su sitio la llave que ‘salta’ precisamente como mecanismo de alarma. Lo que el fusible hace es ponernos sobre aviso de que algo está fallando en el sistema: o está sobrecargado o algunos de los artefactos conectados ha entrado en corto circuito.
Pero no parece que nadie se haya preocupado demasiado. Es como si todo el mundo mirara en derredor como diciendo ‘aquí no pasa nada’…o ‘en mi casa no es’.
El caso es que también en Europa Occidental han saltado fusibles: en el inquieto Sur y en los que conforman el siempre algo marginal Oeste. Sí: en Europa también hay muchas historias de Western.
Los estallidos de rebelión popular en las barriadas ‘difíciles’ de París, la Italia que fue de Berlusconi, la España de estos berlusconianos tardíos (Rajoy y cia.) las inestabilidades ya casi institucionalizadas de Grecia o Portugal…en fin, todo un cajón de prolija costurera con abundancia de botones de muestra.
¿Qué falta, entonces? No nos falta nada porque el brexit no ha sido un fusible sino algo mucho más gordo: alguien que se ha desconectado del tinglado europeo anunciando que va por libre. En otras palabras: uno de los ‘grandes’ que está proyectando hacer la guerra por su cuenta.
Todas estas movidas en Europa y en sus suburbios representan constantes ‘inquietudes’, han generado ‘movidas’ del tablero de juego y el primero que siempre las registra es Putin. El caudillo ruso deja claro que no va a desperdiciar ninguna oportunidad: si alguna pieza se cae de su posición allí habrá un trebejo ruso cubriendo el aparente vacío de poder. Ojo, por si no estuviera claro: yo no sé si la sociedad actual es ‘líquida’ pero el poder siempre fue de consistencia líquida: ocupa inmediatamente los espacios ‘vacíos’.
Los chinos, por su parte, dan pequeños pasos. Son lo más parecido a un antiguo imperio: nada de zancadas y movimientos bruscos; van arrimándose a los espacios disputados mostrándose siempre interesados, siempre decididos a decir algo así como ‘no se olviden de nosotros’ o ‘aquí también –en todos lados– somos parte interesada’.
Pero desde luego no es en estos sitios donde puede estar naufragando la ‘democracia liberal’, que no le debo mucho ni al histórico Mao ni a los gerentes comerciales que heredaron aquella terrorífica ‘revolución permanente’ (que ideológicamente los maoístas heredaron a su vez de los trotskistas)… y que tampoco le adeuda mucho al ‘Lenin en oferta’ que gobierna la Rusia de hoy.
Por este lado, todo está como era entonces: la geopolítica vuelve por sus fueros y la ideología sigue adelgazando.
Pero la cuestión está en Washington. Allí donde las viejas democracias europeas parecían haber reverdecido, es donde está viviendo su agonía. Porque la llegada de Trump a la candidatura republicana es, de por si –antes de que las urnas hablen– la demostración palpable –la catástrofe– de que todos los mecanismos de contención han fracasado. Si Trump pudo llegar a dónde está es porque el sistema demoliberal ha fracasado en su milimétrica organización de la sociedad de tal manera que nunca, jamás, el totalitarismo podría entronizarse y manipular todos los resortes hasta darle una vuelta campana a la realidad. Hemos llegado a esas imaginarias calamidades preanunciadas por Huxley, Orwell y pormenorizadas a veces con precisión milimétrica y aterradora por Chomsky.
No sé si, como tantos anuncian tan reiteradamente, estamos frente al fin del capitalismo o si estamos ante el fin de las máscaras, particularmente esa, tan elaborada y perfeccionada , la ‘democracia representativa’, que parecía realmente tener vida propia. Fracasado el ‘contrapoder’ soviético esta gran mascarada apenas ha durado un cuarto de siglo, pero más de la mitad de ese tiempo lleva dando muestras de haber entrado en una etapa agónica.