Al final de la zigzagueante huella ya no hay camino. O se vuelve al bipartidismo o se ensaya una última variante, a todo riesgo: Podemos, el PSOE y Ciudadanos. El peligro es que los proyectos de cambio se esfumen.
Supongo que muchos/as me van a criticar duramente por decir lo que pienso, siguiendo un hábito que no quiero perder. Yo diría que es una valoración técnica y por tanto, estrictamente política. No ideológica. Lo aclaro porque estamos mal acostumbrados a confundir política con ideología.
En el nivel ideológico casi podríamos decir que estamos todos en el mismo casillero. Siguiendo al marxismo diríamos que la ideología es una herramienta creada por el sistema para perpetuarse. Y muy bien que la sabe usar, porque nos movemos como el péndulo del reloj (ese que salía arriba un pajarito): en un ángulo que tiene pocas variaciones aún cuando digamos que se va ‘de un extremo a otro’. Nos movemos dentro de la caja del reloj, con unos límites bastante estrechos y de ese modo, con pequeños deslices, nos decimos que ‘vamos de un extremo al otro’.
Tal será mi sensación de culpabilidad por lo que voy a decir… que todavía no lo dije. Y es que me parece que el que lo está haciendo mejor, en este ‘teatro’ de la vida que es la política, es Albert Rivera.
Antes de avanzar más, me gustaría dejar zanjado el tema ideológico tal como yo lo veo. La ideología es, por decirlo así, el taparrabos, que no vestimenta, del capitalismo. Todas las variantes que aparecen en las ‘ofertas’ políticas están dentro del sistema y en todo momento (confirmándolo drásticamente en medio de las crisis) dejan claro que la ‘propiedad privada’ no está en tela de juicio. O sea: que nadie se propone ‘despojar’ a nadie de lo que ‘es suyo’. Las propuestas más radicales proponen controlar a los bancos, y aún en algunos casos expropiarlos, pero no es para apoderarse de lo que ellos poseen sino de un superpoder que les han otorgado para ‘fabricar’ dinero. O sea que, en el más extremo de los casos, se trata de ver quién va a apoderarse de la famosa ‘maquinita de hacer dinero’. De todos modos, son muy pocas y muy escasas de votos estas propuestas radicales que pasan por ser fantasías irrealizables… y hasta el momento parece que realmente fuera así.
Volvamos atrás y a mi aplauso para Albert Rivera. Siendo quizás el menos veterano (junto con Iglesias, pero éste cuenta con una mochila llena de títulos universitarios) Rivera ha dado una lección de timonel en aguas muy revueltas. Primero se pegó al PSOE, con el que firmó un pacto lleno de buenas intenciones (¿qué otra cosa puede tener un pacto en vísperas electorales?), que constituía una especie de manual de primer curso de EGB dotado de 150 medidas bastante meditadas para las prisas con las que se confeccionaron.
Con los socialistas recorrió el tramo que desembocaba en el ‘no’ del Congreso, previsto por todos. Allí Rivera clavó una bandera, como si fuera la cumbre del Everest. Y se fue para el otro lado. Pese a que Rajoy es capaz de quemar un bosque inundado, Rivera se le pegó. Su propuesta era más o menos esta: sin corrupción, cualquier acuerdo es posible. Rajoy no tenía más remedio que decir a todo que sí. Y también recorrieron el tramo que llegó hasta los 180 votos del ‘no’ que cerraban el camino.
Fue curioso cómo tanto Rajoy como Rivera marcaron los límites de sus actos conjuntos. El popular lo hizo nombrando a un evasor de impuestos, Soria, para el Banco Mundial. Traducido a palabras, era como decir: ‘puesto que la corrupción no nos quita votos, allá va otro’. Y Rivera puso distancia aún antes de que se conociese el nombramiento de Soria: dio por terminado el ‘pacto de investidura’ cuando todavía no se había votado.
El dibujo que dejó Rivera con sus movimientos políticos fue como si quisiera hacer el gráfico de lo que venía pregonando. Y se pegó osadamente a uno y a otro. Le faltaría hacer de tripas corazón y pegarse igualmente a Podemos, una posibilidad que, combinada con un golpe también osado por parte de los socialistas, podría abrir un nuevo camino, hasta ahora inexplorado.
No se trata de las plañideras quejas por la falta de gobierno… El Gobierno no solo sigue funcionando sino que hace lo que quiere, sin sentirse limitado por nada (designaciones de altos cargos en las Fuerzas Armadas, la propuesta de Soria…). De modo que el problema no está ahí: lo realmente temible es una coalición que restablezca el sistema bipartidista, que es lo que se sigue buscando. Y quizás no haya otro modo de cortarle el camino que esa coalición a tres, con el PSOE, Podemos y Ciudadanos… Muchos preferirán Rioja pero lo que hay es Rivera. Paradojas que la política presenta inesperadamente. Pero, mucho ojo, que la próxima jugada de este ajedrez diabólico puede ser la que traiga la respuesta a los acertijos que las urnas nos ha dejado como peligrosas minas escondidas en los recodos del camino.