Trump es el ‘monstruo’ a detener pero eso tendrán que hacerlo sus compatriotas. Se extiende el miedo a la democracia y crecen las voces elitistas que quieren dejar el poder a los políticos por temor a la gente
Parece que viviéramos en un mundo esquizofrénico donde dos fuerzas antagónicas tiran del planeta en sentidos opuestos como si quisieran desarticularlo. Ven la realidad de modo tan diferente que entran constantemente en colisión y no encuentran la menor plataforma de diálogo.
Para ver este fenómeno en toda su dimensión conviene mirar sus puntos extremos. Mirando a las ‘puntas’ allí están Trump y Obama. En su tramo final y ya, prácticamente, sin poder efectivo, Obama puede darse el lujo de volver al ‘principismo’: a lo que la cursilería periodística llama ‘sus sueños’. Y es curioso ver cómo dentro de Estados Unidos el casi expresidente se ve a sí mismo como alguien que apenas pudo avanzar en sus proyectos y que tuvo que dejarse casi todo a medias. Pero poniéndose a distancia parce que su estela crece y que ha marcado una línea de acción a la que probablemente muchos querrán volver. Quizás ocurras algo semejante a lo que pasó con Carter, quien no dejó la presidencia como un ‘triunfador’ pero a través del tiempo quedó como un referente.
Nadie podía esperar que desde el poder imperial alguien pudiera sabotear el liderazgo mundial de Estados Unidos. ¿Podría imaginarse a Obama diciendo algo así como «nos hemos inventado un enemigo»; o bien «necesitamos al ISIS para mantener nuestro liderazgo». Cuando se le pregunta a los ‘expertos’ si Occidente puede vencer a los ‘superterroristas’ suelen contestar con risitas: ‘¡pero si son un puñado…! ¿Cómo el país más poderoso del mundo no va a poder con ellos?’
Sin embargo, la posibilidad de derrotar a estos terroristas presenta muchos obstáculos. No se puede pensar, por ejemplo, en arrojar una bomba atómica en Medio Oriente. Tampoco se puede pensar en entrar a sangre y fuego en Siria permitiendo, por ejemplo, que Israel lance toda su potencia militar contra El Asad. Hay posibilidades intermedias que tampoco se pueden implementar sin provocar una serie de efectos colaterales casi imposibles de controlar…
Frente a esos límites que la realidad impone (no se puede ‘salvar’ a un pueblo aniquilándolo) está Trump. Él parece capaz de saltarse todo tipo de límites y devolver al Imperio su enorme poder, quizás despreciando al resto del mundo.
Intentemos ponernos en la ‘visión del mundo’ de este ‘neoimperialista’ con vocación de Emperador. Él ve a su país ‘acorralado’, invadido por negros y ‘sudacas’ que desprecian la civilización del superpoder blanco y que amenazan con desarmar al Estado policial y detener la vocación ‘paramilitar’ de millones de norteamericanos. Si Trump llega a la presidencia habrá que ver cómo funcionan los mecanismos de contención de los Estados Unidos. Veremos entonces, también, qué envergadura real tienen los ‘neoimperialistas’ entre la propia población. Ni idea tenemos, en realidad, del feroz crecimiento de esta ‘civilización blanca’ cuya vigencia viene dada, por ejemplo, por fenómenos tan increíbles como el de ‘los cinco ojos’: la trama de espionaje que vigila al mundo entero que solo comparten Estados Unidos, el Reino Unido, Nueva Zelanda, Canadá y Australia. A ese ‘club’ absolutamente cerrado no ingresan siquiera los aliados alemanes o franceses.
La señora Clinton está ahí, como alguien a quien el destino le ha asignado una función que va más allá de todo lo imaginable. ¿Qué tendría que hacer para contener al ‘monstruo’? Ni ella misma lo sabe. Su guión es no hacer nada extraño o novedoso: en lo posible pisar donde ya pisó.
Obama, en cambio, dueño de un poder formal pero vaciado de contenido, es el que sigue mostrando una senda que quizás se convierta en un camino futuro pero ahora mismo cada día se parece más a un brindis al sol.
El vertiginoso ascenso de Trump es lo que dispara los miedos a que la gente opine y tome decisiones. Al amparo de fenómenos de este tipo es que en Europa están en auge los elitismos: «Dejar votar a la gente es peligroso… los populismos son un camino de gran riesgo… la democracia es como un explosivo que nos puede explotar en las manos…»
Los que deben decidir son… ¡los políticos! Para eso se los ha votado. Para ellos se ha creado la ‘democracia representativa’. Ellos, que nos han llevado al desastre, son los que deben tomar las decisiones. La democracia… ¡qué peligro!
Para que se pudiera creer en la democracia habría que tener alguna prueba. Por ejemplo, que Bush, Tony Blair y Aznar estuvieran siendo juzgados por el Tribunal Penal Internacional. Si esto ocurriera, al menos nuestros ‘representantes’ sabrían que deben rendir cuentas de las decisiones que toman.