El lujo y el poder

7 Jun

A veces nos dan más datos sobre la forma cómo el poder genera desigualdad las revistas esnobs que los ensayos de los que diseccionan la realidad

Parece que, de repente, volviéramos la vista hacia pensadores, y una cantidad de ‘especialistas’  en poner a trabajar la cabeza y darle vueltas a una cantidad casi infinita de interrogantes que nos trae el mundo de este primer cuarto del siglo XXI. Si hiciéramos un cálculo casi puramente estadístico veríamos dos tipos de problemas dominantes: la pérdida de valores y una fuerte aspiración (teórica) a luchar contra la desigualdad. Probablemente se trata de un mismo y gigantesco tema: una sociedad intrínsecamente injusta porque persigue unos fines de codicia y acumulación de poder  que nos sigue arrastrando hacia desigualdades cada vez mayores.

Si se quiere auscultar la realidad de hoy tal vez no interesa tanto leer meticulosamente a los ‘pensadores’: conviene no olvidar que las ‘elites’ pensantes suelen desarrollar una inesperada complicidad con el Sistema. Lo critican y lo impugnan pero se mantienen alejados de los movimientos de cambio que agitan la realidad cotidiana. Moverse en el campo de la teoría tiene ese defecto congénito: se aleja uno hacia la estratosfera de las ideas y se despega de las luchas concretas que pueden abrir una grieta en la cada vez más gigantesca estructura de poder mundial.

Las luchas ‘concretas’ también tienen su propio defecto congénito: representan una apuesta siempre arriesgada. A veces equivocamos la apuesta pero ya no tenemos margen de rectificación;  o bien partimos de un cuadro de análisis equivocado y nos desencontramos con los movimientos de cambio. Que viene a ser lo mismo.

Un modo de asomarse a la realidad en la que vivimos puede darnos más pistas que las especulaciones teóricas. Si nos acercamos a los medios de comunicación tradicionales veremos cómo confluyen mucho más de lo esperado con el panorama que nos dan las redes sociales. Un ejemplo: están apareciendo revistas y suplementos con los que los grandes medios intentan aproximarse a las redes; también lo hacen con series de TV ‘modernas’ que buscan indicios de cambio para adosarse a esas nuevas corrientes y montarse en la cresta de cada ola.

Si atendemos a esos síntomas nos encontraremos con un esnobismo galopante que busca sintonizar con esa especie de nueva modernidad. A veces, recuerdan aquel chiste de Gila sobre un tío suyo que lanzaba al aire brochazos de pintura de vivos colores y cuando le preguntaban qué pretendía, contestaba: «como le coja la onda voy a inventar la radio en colores».

Lo que exhuman  las vanguardias esnobs es una convalidación del statu quo con ‘chispas’ que reaniman el consumo de lujo: piedras preciosas, moda, gastronomía exquisita, relojes de precios inaccesibles, espectáculos ‘rompedores’, coches de superlujo preferentemente eléctricos, turismo para minorías… Dicho de otro modo: la reactivación económica busca todo lo que es ‘diferenciador’. El lujo vuelve a ser la nota distintiva, asociado, ¡cómo no!  a las nuevas tecnologías. Todo apunta a que la innovación nos lleva en el sentido contrario al de la lucha contra el paro. Las ‘nuevas’ propuestas nos invitan desesperadamente a marcar distancias con las ‘masas’ y a tratar de saltar, antes que sea demasiado tarde, el abismo entre los dueños de la riqueza y las crecientes zonas de marginalidad.

Si la sociedad sigue apuntando a mantener o aumentar las distancias económicas y a agrandar la brecha social….¿dónde queda la prédica de los teóricos a favor de combatir la desigualdad?

Combatir la desigualdad sobre la premisa de que estamos en el mismo barco y eso nos enriquece a todos es la otra cara de la moneda de quienes retornan a los pensadores clásicos del anticapitalismo –marxistas, anarquistas, radicales antisistema— y de ese modo volvemos a caer en la pura teoría: la de los que suponen al capitalismo agonizante, aunque tantas veces lo hayamos visto recuperarse de los embates teóricos.

Es desde una base  pragmática –arrinconar a la ideología y centrarnos en debilitar al Sistema y devorarle parcelas de poder—desde dónde podremos acotar el abismo entre ‘ricos’ y ‘pobres’. La estructura de poder, que sigue sosteniéndose en Estados-Nación dominantes (la Unión Europea, China, Rusia y, siempre en la cumbre, los Estados Unidos) solo podrá debilitarse desde la lucha de liberación de los pueblos dominados. Aunque débil y arrinconada, esa lucha de los pueblos (los kurdos, los palestinos, los afganos, los saharauis) sigue siendo la única que provoca conflictos a la máquina del poder. Además, claro está, de todo lo que sabotee el funcionamiento de esa máquina.

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