La democracia banal

31 May

A medida que se crean nuevas formas de manipulación la democracia se banaliza. El anatema contra el ‘nacionalismo’ y el ‘populismo’ dejan a la vista la falsificación de la democracia.

Llevo mucho tiempo en el mismo empeño. Y no lo abandono quizás porque la realidad me da de vez en cuando alguna señal de entendimiento y con eso me conformo. No se trata solamente de renegar de las ideologías, porque soy consciente de que para mucha gente tienen el mismo valor que la religión y, por tanto, las defenderán a capa y espada mientras no tengan un recambio. Y, la verdad, si se trata de poner un recambio habría que ver si vale la pena hacer tanto esfuerzo para tan poco. Lo cierto es que no reclamo ningún ‘derecho de autor’ aunque tenga algunas décadas de antigüedad.

Pero la verdad es que a estas alturas, vista la inutilidad de los esquemas ideológicos y vista la manipulación constante de esquemitas tan poco útiles como el de ‘izquierda-derecha’, sería interesante al menos reconocer que el ‘populismo’ como el ‘nacionalismo’ no son estrictamente ideologías aunque se utilice a uno y otro, coyunturalmente, como sucedáneos de ideologías. Y aunque, de hecho, en cada propuesta política, sea de la ideología que sea, la receta incluye algunas dosis (un chorrón, un espolvoreo, un pellizco) de populismo y de nacionalismo, o de ambas cosas. En otras ambos ‘principios activos’ están en infinidad de recetas, por no decir en todas. Hace unos días, la periodista Elvira Lindo citaba a Hanna Arendt (palabras: aunque ‘todo’ es ideología –las religiones, las idolatrías, los mitos culturales o deportivos– o bien lo que la cineasta alemana Margarethe von Trota pone en boca de Arendt): «La ideología ciega la inteligencia. Está ahí para ahorrar la función de pensar y por eso los regímenes totalitarios aspiran a controlar la ideología, porque saben que muchas personas no obedecen a su corazón o a su cabeza sino a su ideología». Pero apenas llegada a este punto la señora Lindo pega el frenazo: «no se trata de que no creamos en una u otra idea política, por supuesto». Y añade que se trata, puestos en el lugar del jerarca nazi Eichman (al que se refiere la tesis de Hanna Arendt sobre ‘la banalidad del mal’) de que ‘elijamos la inteligencia en lugar de la ideología’. Y agrega Lindo que se trata de que cuando la señora Arendt ofende a una ‘ideología’ no elijamos rechazar automáticamente lo que ella dice. Las acotaciones de Elvira Lindo no dejan de ser expresiones de buenos deseos: si las ataduras que provoca una ideología fueran de quita y pon, el papel manipulador de las ideologías no tendría el enorme protagonismo que asume hoy y que va en proporción directa con el enorme territorio que quieren cubrir,, por ejemplo, con la palabra ‘populismo’. Hoy día, populismo viene a ser todo lo que queda fuera de control (por eso le han inventado aditamentos y ahora lo hay ‘de izquierda’ y ‘de derecha’). Incluso al anatemizador adjetivo ‘nacionalista’ ha quedado como una muleta para reforzar el ‘populismo’. Por eso cuando mi hoy difunto hermano, hace más de 20 años (tras leer mi Un planeta a la deriva) me dijo que estaba de acuerdo conmigo en la reivindicación del populismo pero en la del nacionalismo, le dije que estábamos hablando de lo mismo: de dos maquillajes que los partidos tradicionales se aplican cuando van a presentarse ante los votantes.

En aquellos tiempos, la señora Arendt creía que esos eran disfraces de los totalitarios. Hoy sabemos que los ‘demócratas’ los emplean tanto o más… ¡porque han devenido en los neototalitarismos que nos han birlado hasta los ‘derechos humanos’, que parecían su espada flamígera para luchar contra todo mal. La instauración del ‘pensamiento único’ se ha constituido en columna vertebral del Sistema.

El pensamiento único es exactamente una fórmula políticamente correcta estudiada como una estupenda combinación de ‘democracia’, ‘nacionalismo, ’populismo’ y siempre con unas dosis de adusta justicia para juzgar a otros (a los que no se pueden escapar) y otra de hipocresía diseñada como ‘uniforme’ del TPI (Tribunal Penal Internacional).

Lo que la señora Arendt denunciaba no hace más que crecer. Ahora se trata de tomar las nuevas medidas al uniforme de la manipulación de nuestra vida cotidiana. La ‘banalidad del mal’ ha ocupado el espacio de nuestra proclamada ‘democracia’.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *