El Príncipe era una sapo

3 May

Cuando comienzan a verse por doquier opiniones de ‘técnicos’ o de ‘sabios’, cuando no de intelectuales misteriosamente habilitados para lanzar ‘sentencias’, nos echamos a temblar. Este ‘superpoder’ de presuntos especialistas nos anuncia que nos han diseñado un nuevo tramo del camino que nos imponen. Los nuevos análisis ‘explican’ la realidad basándose en dos anatemas: el que fulmina al nacionalismo y el que reduce todas las explicaciones del mundo actual a la presunta lucha polarizada entre la ‘ideología’ oficial y el ‘populismo’ (una postura que rechaza las ideologías cerradas) al que los nuevos sabios han escindido, por comodidad, en ‘populismo de izquierdas’ y ‘populismo de derechas’. Así sacan la ventaja de descalificar como populistas a todos los que rebaten sus premisas al tiempo que ‘rescatan’ el esquema izquierda vs. derecha, que tanto facilita la manipulación del análisis.

Europa muestra a todo el que quiera ver la realidad la descomposición del malogrado proyecto político de independencia y desarrollo autónomo. Pero esta realidad se presenta ahora como una pugna entre los distintos tipos de ‘populismo’ y las superestructuras políticas de la UE.

El gran artificio de este análisis consiste en señalar a los presuntos ‘populismos’ como reediciones del nacionalismo, la extrema derecha y hasta el nazifascismo. Amparados en el crecimiento de grupos, grupúsculos y algunas fuerzas políticas de mayor entidad, los gerentes de la Europa de los mercaderes nos advierten día tras día del peligro que suponen para el continente estas fuerzas ‘antisistema’. Resulta difícil creer que tengamos que estar aterrorizados ante estas amenazas cuando vemos que son los gobernantes los que se asocian incluso con el Islam (el autocrático gobierno turco, por ejemplo) para cerrar las puertas de Europa a los que intentan ponerse a salvo de guerras y bombardeos heredados de la época colonial.

Recientemente, la señora Merkel puso en manos de la justicia a un humorista que había ironizado sobre la figura de Erdogan, el mandatario turco. La actuación de la canciller alemana fue calificada como ‘genuflexión’, poniendo de relieve la repugnante vinculación entre ese gesto sumiso y la subordinación de Europa a las exigencias de un mandatario al que se ha convertido, bajo presión y sobornos, en el ‘gendarme’ de Occidente para contener la avalancha de quienes escapan de las guerras y los bombardeos. El periodista Yavuz Baidar se pregunta: «¿La UE no se da cuenta de que el país (Turquía) se está convirtiendo en un infierno para quienes quieren expresarse?». La contrapregunta a esta ingenuidad sería: ¿Es que Baydar no se da cuenta de lo poco que le importa a la UE que los turcos puedan expresarse libremente?

Ante casos como este hay que cuestionarse cuánto hay de cierto y cuanto de falso en la presentación de los musulmanes como encarnaciones diabólicas. Ya el tirano iraquí Saddam Hussein fue anunciado como un ‘nuevo Hitler’. El nazismo, derrotado hace mas de 70 años, sigue siendo el ‘leit motiv’ de lo intrínsecamente malo, sin competencia posible. Hace pocas semanas un semanario presentado como el último grito de ‘lo nuevo’ ofreció una ‘novela por entregas’ cuyo protagonista es un exoficial de las SS hitlerianas perseguido por ingleses y rusos para que ‘rinda cuentas’.

En Italia las esculturas clásicas fueron cubiertas para no molestar al presidente Rohaní, de Irán, quien aclaró que no lo había pedido. Siempre el mismo artificio: genuflexiones que al propio tiempo sirven para tergiversar la visión del mundo musulmán.

Es el mismo recurso que el que se emplea contra los antisistema: ellos son el ‘enemigo’, identificado como la amenaza contra nuestros principios y nuestra forma de vida, cuando los que ponen las etiquetas son los que nos gobiernan, los responsables de dejar a la UE como un cascarón vacío.

En cuestiones de valores conviene aferrarse a los datos concretos que nadie puede desmentir. Como por ejemplo, que la máxima autoridad europea sea el señor Juncker, quien durante 20 años fue el protector del paraíso fiscal de Luxemburgo.

Estamos otra vez ante el recurrente truco de advertirnos lo que puede ocurrir cuando ya ocurrió. «El que avisa no es traidor», asegura el refrán. Pero sí es un traidor y un farsante el que mira para otro lado mientras atropella nuestros derechos y aniquila los principios democráticos que con tanto arte promociona en sus discursos. Alguien de la ‘familia’ literaria, el poeta Adam Sagajewski, ha dicho: «De pronto vemos el desagradable rostro de una democracia que ha perdido sus puntos de referencia». Peor que desagradable: el príncipe se ha convertido en sapo.

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