Tendríamos que tener mucho valor para seguir defendiendo nuestros principios aún cuando no nos favorecen. El protagonismo de los medios de comunicación ha reducido considerablemente el poder de la ‘escuela’
Una de las pocas cosas en las que podríamos lograr ‘el consenso de la barra del bar’ es en que la educación es la base de la sociedad. A través de ella se establecen, los principios y valores que sostienen toda la estructura social. Cuando se habla de ‘falta de valores’ se alude, en realidad, a un vacío moral que es cubierto, lamentablemente, por otros ‘principios’, negativos y destructivos, que ocupan el sitio de los valores perdidos. Lo más grave está probablemente ahí: que no queda en realidad un ‘vacío’ sino una adulteración de los valores: la tolerancia da paso a la crispación, la solidaridad a la competencia feroz, la generosidad al egoísmo, la austeridad a la codicia…
Si quisiéramos buscar un común denominador tal vez podríamos decir que los valores humanos retroceden y el egoísmo se entroniza. Esto no solo es negativo para quienes creemos en los valores sino que conspira contra cualquier ‘construcción social’: estamos adoptando principios destructivos para la sociedad.
A partir de allí pueden generarse toda clase de polémicas, empezando por una a la que muchos atribuyen el protagonismo: la que atribuye al Sistema capitalista la responsabilidad de esta sociedad amoral que estamos construyendo. Personalmente no creo que ponerle un nombre sea algo primordial: lo que importa realmente es el esfuerzo por detener ese tren que lo atropella todo.
Cuando se pone a la sociedad en el centro del escenario surgen algunas evidencias que dan la sensación de que estamos en retroceso constante. Los medios de comunicación son en verdad quienes aportan actualmente un alto porcentaje de responsabilidad en lo que Chomsky caracteriza como ‘fabricación del consenso’.
Los ‘mass media’ no solo han reemplazado en buena medida a la ‘escuela’ (considerándola en sentido amplio: la adquisición de conocimiento desde el preescolar hasta la Universidad), sino que tiene una gran ventaja para el poder: opera sobre la realidad existente, moldeándola y condicionándola, de modo de manipularla a un ritmo nunca antes conocido. En otras palabras: no solo actúa en el mediano y largo plazo, sino en el corto, en el cortísimo plazo de los conflictos y luchas cotidianas. Desde los medios de comunicación se corta el paso a cualquier intento de cambio real, en tanto que, en sentido contrario, se estimulan conflictos y luchas que siembran confusión. Lo cierto es que, a través de la historia, los valores destructivos han tenido siempre un peso decisivo. Las guerras de religión, la guerras entre pueblos, las guerras civiles… todas ellas han abarcado encarnizados choques en los que se jugaban determinados valores que llamaríamos de ‘progreso’ si esta no fuera una palabra tan desgastada.
Apenas centramos la cuestión en los medios de comunicación vemos lo evidente: pertenecen a personas o empresas privadas que por su propia naturaleza van a actuar siempre en la defensa del ‘establecimiento’; o bien están en manos del poder político, que los manipula (a veces con sutileza, a veces con brutalidad) para atrincherarse y debilitar o aplastar todo intento de cambio real.
Avanzar más en este camino nos llevaría a unos análisis pormenorizados o unos estudios históricos que escapan totalmente a los límites de este espacio. Para poner un único ejemplo, conocido por todos, podríamos señalar el de las ‘primaveras árabes’, que tan rápido florecieron y que, con mayor velocidad aún, fueron aplastadas casi sin dejar huellas. (Bueno, huellas dejaron, sin duda, pero se las mantuvo fuera del foco de los medios y pasaron casi desapercibidas).
Si ahora volvemos a centrarnos en la ‘escuela’ –el lugar ‘oficial’ donde se adquieren conocimientos– comprobamos fácilmente esa realidad de la que estamos hablando: su papel ha disminuido mucho y está totalmente mediatizado por el poder de los medios de comunicación. Pero hay otra cuestión vital: ¿cuáles principios y valores querríamos recuperar? Y ahí tropezaríamos con una contradicción que nos pesa a todos los que esperamos ansiosamente la oportunidad de un cambio… que defendemos teorías democratizadoras y participativas pero no somos capaces de ponerlas en práctica en nuestra propia praxis. En nuestro ahogo ante el inmenso poder del ‘establecimiento’ nos convertimos muy rápidamente en intolerantes y despreciamos los mismos principios que pretendemos establecer para la sociedad. Tendríamos que tener mucho valor para defenderlos cuando no nos benefician.
Parodiando a Tip y Coll podríamos decir: «La semana que viene hablaremos de valores».