Botarlos o volver a votar

19 Abr

Detrás de la interminable serie de maniobras para imponer ‘la gran coalición’ está el intento de resucitar el bipartidismo. La disyuntiva real es esa: volver al bipartidismo o volver a votar.

Tal vez lo que está pasando es que nadie está en su sitio. Empezando por el Rey, al que no se le atribuye la misión de forzar un pacto de gobierno sino solo la de proponer sucesivamente a los líderes políticos que deben intentar un acuerdo de gobernabilidad.

Que el Rey quiera tener un protagonismo mayor o aparecer ante los ciudadanos como alguien preocupado por el futuro de España, son extralimitaciones que ponen en tela de juicio lo que debería ser una estricta neutralidad, antes pasiva que generadora de expectativas políticas.

Detrás de esa incongruencia, otra aún de mayor tamaño. El Partido Popular estima que su gestión ‘en funciones’ no puede ser controlada por el Congreso por ser un interinato. En otras palabras: unos señores que han quedado en sus puestos porque no se pudo formar un nuevo gobierno, argumentan que, al estar ‘en funciones’ no están sujetos al control parlamentario. Pero lo racional indica lo contrario: siendo un interinato, con mayor razón deben someterse a una supervisión de los parlamentarios, que sí han sido elegidos por votación popular.

Y por último, en este gran tinglado de danzas y contradanzas, adornado con números de circo de provincias, están los intérpretes de las encuestas, que, como los augures, ‘leen’, quizás en las tripas de algún ave, los ‘mensajes’ del más acá: de los votantes. Los votantes dicen, según los ‘facedores’ de encuestas, que todas las fuerzas políticas están obligadas a pactar.

Para eso, la primera fábula es que España no se puede pasar muchas semanas sin gobierno estable y legítimo. La realidad no les acompaña: al país no le pasa nada irreparable porque la formación del nuevo gobierno se demore.

¿Es más legítimo presionar descaradamente para que todos ‘cedan’ sin que importe en qué, solo como prenda de voluntad negociadora? O bien sería mucho más reprochable que Ciudadanos acepte que siga gobernando Rajoy; o que Podemos acepte la imposición del pacto entre el PSOE y Ciudadanos; o que el propio PSOE abra paso a la continuidad del PP en el gobierno….

Cualquiera de esas decisiones sería tomada por los votantes como una renuncia a principios irrenunciables, como un flagrante incumplimiento del programa ofrecido a los votantes.

En tales situaciones sí que habría reproches para quien dimitiera de sus posiciones principales y se pusiera de espaldas a sus electores. Entonces sí que lloverían las críticas justificadas a las ‘cesiones’. Los partidos podrían volverse contra quienes les presionan, preguntándoles si es eso lo que deseaban.

Para los votantes el diagnóstico sería claro: traición.

En cuanto a la ‘gran coalición’, añorada y propiciada sin disimulo por el poder –el de hoy, que es el de siempre– sería simple y llanamente el retorno al bipartidismo, contando o no con Ciudadanos, cuya presencia disimularía pero no ocultaría el regreso al pasado, que, ese sí, parece vetado por el resultado electoral.

Así es como están las cosas, si todavía no resurge de sus cenizas el bipartidismo aparentemente derrotado. En teoría, Sánchez podría todavía hacer una pirueta para formalizar un pacto con el PP, o bien el PSOE podría desembarazarse de Sánchez para concretar la maniobra.

Frente a cualquiera de esas variantes las nuevas elecciones se presentan como la única posibilidad de actuar con limpieza y volver a dejar a los votantes la responsabilidad sobre el futuro gobierno. ¿No son ellos los que tienen que decidir? ¿O se volvería al argumento insostenible de que –como se dice de Podemos– los líderes están ‘trasladando’ la responsabilidad a la gente, como si eso no fuera en realidad, un paso obligado para cualquier política que quiere mantenerse dentro del juego democrático.

No hay más opciones. O se logra inesperadamente un pacto, que no represente la vuelta al bipartidismo, o se ‘traslada’ la responsabilidad a los votantes, que somos los que armamos este rompecabezas que resultó de las elecciones del 20N.

Los ‘facedores’ de encuestas nos advierten de que tras una nueva votación ‘va a ocurrir lo mismo’: un puzle imposible de armar. Y bien: habrá que aceptar esa realidad y volver a intentar. Como la cadena se rompe por el eslabón más débil, la disputa por el poder se libraría probablemente dentro mismo del PSOE. Si los socialistas encuentran la manera de salir de su encierro, seguramente, aún sin ser la fuerza más votada, intentarán convertirse en eje de una coalición… En cuanto al PP, parece difícil que, digan lo que digan las encuestas, siga creciendo entre las intermitentes explosiones de casos de corrupción.

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