Esta dudosa democracia que vivimos manipula constantemente para debilitar las propuestas de cambio. Tal vez Pablo Iglesias sea más un nuevo Suárez que un Lenin, como lo presentan los medios del Sistema.
Los políticos, como ‘casta’, han sido juzgados como responsables directos de la pérdida de fe en la democracia. En rigor, la democracia ha ido abandonando sus principios gradualmente. Hay quienes se quejan de una visión en la que la democracia cobró vigencia y posteriormente se fue desgastando; sostienen que, en realidad, nunca estuvo en vigor. En el otro extremo, hay quienes pretenden que la democracia es un sistema que goza de buena salud y que se mantiene en pie en muchos países.
No sé si se trata de un debate puramente teórico pero desde un punto de vista histórico resulta importante. Personalmente me inclino a creer que siempre hubo razones o excusas para no respetar el sentido de la democracia o para restringirla, interpretándola solo como defensa de los ‘derechos humanos’ y, sin embargo, este ha sido uno de los principios menos respetados. Siempre se encontraron argumentos de excepcionalidad para no darle todo su valor. Así fue cuando todas las fuerzas políticas europeas se enfilaron contra el fascismo, en la posguerra.
En el proceso político globalizado que estamos viviendo se confirma cada día que el valor de la democracia queda siempre ‘entre paréntesis’, como se comprueba, con testimonios brutales, por el desprecio absoluto a los derechos humanos de los refugiados que huyen de las guerras y los bombardeos que vienen de distintos escenarios, principalmente de África y del mal llamado ‘Oriente Medio’ (un nombre que parte de sentir a Occidente como el centro del mundo).
El abandono de esos refugiados, dejándolos morir a las puertas de Europa, su persecución y apaleamiento, y el someterlos a condiciones de vida infrahumanas, crean un cuadro desolador en el cual la defensa de los principios de la democracia resulta una trágica burla.
Lo primero que salta a la vista en la realidad mundial de hoy es que existen unos poderes supranacionales –los bancos, el entramado financiero– que someten a subordinación a las propias instituciones políticas, tanto en Europa como en Estados Unidos, países que se presentan, sin embargo, como paradigmas de la democracia.
En ese marco de obediencia a los grandes poderes internacionales está claro que las posibilidades de resistencia pueden tomarse como una utopía.
Si nos trasladamos a la situación de España debemos seguir siendo realistas: el grito ‘¡Podemos!’ es más que nada una inyección de energía que nos alienta a no dejarnos aplastar por aquellos ‘superpoderes’ y tratar, pese a todo, de propiciar un cambio. Para hacerlo, se cuenta con un poderoso argumento: volver contra el Sistema el discurso de la democracia, mostrar las contradicciones constantes y el abandono de los principios esenciales.
La reacción del Sistema ante la irrupción de fuerzas que propician una gran reforma es por momentos de verdadera furia y por momentos de menosprecio de las propuestas reformistas pero siempre refleja grandes esfuerzos por manipular a la opinión pública contra esa intención de cambio.
La manipulación suele apoyarse en los conflictos y contradicciones que padece Podemos, partido al que constantemente se acusa, no pocas veces con razón, por sus choques internos y sus caídas en prácticas y defectos propios del Sistema y de su ‘casta’.
El propio ímpetu electoral de Podemos le hace caer en métodos y contradicciones típicas de los partidos tradicionales. Y es que la cercanía del poder (el ‘tocar’ poder en ámbitos regionales o locales) lleva consigo ese peligro inevitable: abre las compuertas de la ambición personal y va estrechando inevitablemente las propuestas de cambio iniciales.
Por otra parte, ocurren fenómenos curiosos pero fácilmente previsibles: el liderazgo de Pablo Iglesias, brillante en el diseño inicial del proyecto, resulta ahora cuestionado y disputado… pero esa sucesión de conflictos que van aflorando muestra a Iglesias en el polo opuesto de su denunciado ‘leninismo’; es un liderazgo frágil y sometido en todo momento al poder de los medios de comunicación (obviamente, alineados con el Sistema) que dedican gran parte de su espacio y su tiempo a deteriorar la cohesión interna de Podemos. Quien sepa algo, poco o mucho, de la trayectoria de Lenin, tiene claro que el líder de la Revolución Rusa, aunque sometiera muchas cuestiones a la consulta o el debate, aplicaba con mano de hierro la ‘decisión final’ que tomara.
Más que a Lenin, Iglesias se parece al Adolfo Suárez de la transición española: no solo porque propicia una ‘segunda transición’ sino porque parece creer a pie juntillas en las reglas de juego de la democracia.