Viendo actuar a las CUT catalanas me viene la imagen del viejo chiste de cómic: un terrorista que pone su bomba y al salir corriendo tropieza y se da cuenta de que le va a explotar a él.
Los ‘anticapitalistas’ se enredaron en tantos tejes y manejes que parecen a punto de suicidio. Como si su consigna fuera «cualquiera menos Mas». Ahora tienen en sus manos un rompecabezas imposible de armar. Se fue al garete su hiperasambleismo, se espantan ante nuevas elecciones (aun suponiendo que iban a mejorar su anterior votación) y ahora tienen ante sí un estrambótico escenario: han ‘prestado’ dos diputados a la artificiosa mayoría inventada en las pizarras y entre los suyos hay varios a punto de retirarse, desengañados. Ni respetaron su gran seña de identidad democrática ni fueron capaces de frenar a la corrupta burguesía catalana representada por Convergencia, su padre fundador, Pujol, y su audaz líder, ahora en segunda fila, Artur Mas.
Se enredaron con los responsables de la corrupción y aceptaron un ‘president’ racista, aparentemente situado a la derecha de Mas. Les queda esta dudosa lealtad al catalanismo , al que han convertido en un gigante parcheado para seguir avanzando a toda costa. Y a la vuelta de la esquina les esperan Ada Colau, ganando votos, y el anticatalanismo furibundo de Ciudadanos.
El balance es desolador. La ‘independencia’ la han reducido al absurdo y de camino han desprestigiado al asambleísmo y han dado a los escépticos un nuevo motivo para desconfiar de todo. ¿Puede construirse así un ancho y verdadero ‘camino democrático’ cuando el poder se vuelve a repartir en negociaciones, con escaños prestados y un liderazgo poco fiable que convirtió a Mas en el gran muñidor del nuevo gobierno?
Cuesta creer que una fuerza reivindicadora de la ‘soberanía popular’ se deje sus principios en el arcén para tocar poder. Confirman que el poder es el gran corruptor, capaz de arrasar con los principios, un mero instrumento para alcanzar los objetivos políticos buscados.
Sospechamos que hay muchos heridos en el avance de este ‘procés’ tratado no como un producto de la voluntad popular sino como un mito, de vigencia en declive, en manos de un catalanismo desbocado.
Mas anuncia que se dedicará a ‘refundar’ Convergencia y las crónicas de los medios añaden que tendrá que limpiar de corrupción a su partido. Resulta tragicómico que todos programen atacar a la corrupción cuando pierden poder pero poco se ocupan y preocupan de esa ‘lucha’ cuando cuentan con poder real para emprenderla.
Cuando las CUT estuvieron en todas las bocas con su famoso multitudinario empate asambleario pocos imaginaban que la decisión final sería un pasteleo para forzar la retirada de Mas… y nada más. La gran arma disuasoria para las CUT estaba en la amenaza, de Convergencia y también de Ezquerra Republicana de que les pondrían en la picota como los que habían hundido el ‘procés’… los que habían frustrado la República Catalana. Ese fue el simple pero infalible instrumento de presión. Bajo esa amenaza los ‘anticapitalistas’ liaron sus bártulos y se fueron al bando del catalanismo ‘oficial’ aunque fuera a costa de los principios de unos y otros: los de ellos –democracia a rajatabla– y los del catalanismo, cuya gran bandera era, en realidad, demostrar que los principios democráticos, negados por Rajoy en España, podrían ‘reconstruirse’ en una Cataluña republicana.
Entre tanto principio abandonado se podría preguntar cuál problema era mantener a Mas como candidato. La respuesta: porque habían asegurado y ratificado que no lo votarían. Los principios no contaban… Lo dicho: cualquiera menos Mas.
Al catalanismo le queda una sola bandera: la del enfrentamiento con España. El remedio ya ha sido apuntado y es un elemental principio democrático: el derecho a decidir. Varias veces hemos puesto el tosco pero claro ejemplo de un Real Madrid que quisiera retirarse de la Liga….¿deberían decidirlo los socios de todos los clubes de fútbol españoles o solo los del propio Real Madrid? Que nosotros sepamos, ni en Canadá ni en el Reino Unido se encontró como ‘solución’ que todos los canadienses o todos los británicos debieran decidir si Quebec o Escocia se independizaban.
De modo que el ‘remedio ‘ está a la mano pero nadie acude a él, como si todos fueran Testigos de Jehová negándose a que les hagan una transfusión de sangre. Es obvio que tras esta negativa hay una compulsión heredada de los tiempos imperiales: ‘de aquí no se va nadie mientras nosotros no lo autoricemos’.