El día siguiente de las elecciones comentábamos que todo pasaba por Pedro Sánchez. A medida que transcurren los días esta perspectiva se va confirmando. No sabemos si la veloz y feroz batalla interna dentro del PSOE ha tenido algún desenlace sangriento pero lo único que va quedando claro del panorama es la brutal polarización de la política española, algo que se venía incubando pero que las votaciones del 20N han mostrado descarnadamente: el choque real se produce entre el PP y Podemos.
Esta guerra pasa por dentro mismo del PSOE y está arrasando los esfuerzos diplomáticos de algunos barones para evitar que la sangre llegue al río…y el partido se rompa. Unos y otros tiran de la cuerda pero no pueden tensarla demasiado porque, además del temor a la ruptura, está el pánico a unas nuevas elecciones. Porque los cabalistas auguran que otra votación popular beneficiaría al PP y a Podemos; es decir, las dos puntas de la madeja. Si Pablo Iglesias no se saca un nuevo conejo de la galera (en este berenjenal es el único que se mueve como pez en el agua) el resultado del choque interno del PSOE tendrá su desenlace en una coalición, que por fuerza tendrá que girar alrededor de los populares o de los podemitas. Ahí está el gran muñidor de trampas, Felipe González, el ariete de las multinacionales incitando a la gran coalición con argumentos que fueron calcados por la cúpula del PP en un documento interno poniendo como ejemplo a Alemania y Francia.
Estos sostenedores del Sistema no quieren enterarse de que se les han caído los palos del sombrajo, de modo que vociferan consignas como estabilidad o gobernabilidad. De momento, parecen esos bebés que se tapan la cara y creen que el mundo ha desaparecido.
Pero el mundo está ahí. Mientras ellos hablan de estabilidad, la gente se pregunta si finalmente el boquete abierto por los votantes abrirá paso a un cambio real o entraremos en una etapa de parches y disputas internas del propio Sistema, como si solo se tratara de pasar un bache de la carretera. Pero no es un bache: es un socavón.
Obligado por su propia supervivencia, Pedro Sánchez quedó en el ojo de la tormenta. O lo apartan del camino y quedan al mando los socialistas pepero’ o él tendrá que ponerse al frente de una coalición que girará alrededor de Podemos. Blindar un paquete de leyes sociales, acudir en auxilio de los marginados (el eufemismo es: los que están en riesgo de exclusión) y cambiar las reglas del juego: modificar la Ley Electoral. En teoría, ninguna de estas propuestas tendría por qué echa para atrás a los socialistas Pero, al margen de ellas, está la gran coartada para no pactar: el derecho a decidir de los catalanes. En Cataluña no terminan de aclararse pero los medios de comunicación ya han bautizado al proceso independentista como un esperpento protagonizado sobre todo por las CUT: el asambleísmo, llevado a su máxima expresión, visto desde el centro del Sistema, parece haber pasado de largo de la democracia hasta la estación siguiente. No se le llama esperpento al espectáculo que da el PSOE, con sus cabildeos de barones queriendo echar por la borda a Pedro Sánchez en mitad del viaje, sin contar con los afiliados que le votaron; ni al gran dedo de Rajoy, queriendo imponer gobernabillidad en sociedad con Felipe González, en vez de salir de la escena con un resto de dignidad.
De modo que, aun suponiendo que Pedro Sánchez sobreviva…¿cómo saltar el obstáculo del referéndum catalán propuesto por Podemos? En teoría, bastaría este impedimento para echar por tierra el acuerdo. Además del propio Iglesias, sus socios independentistas seguramente se negarían a retirar la propuesta de referéndum.
Del otro lado han echado ya a rodar la propuesta de sellar un pacto entre el PSOE y Ciudadanos, contando con que la abstención del PP deje paso a este collage de 130 diputados, que sería convertido en minoría gobernante gracias a los populares. Una propuesta que dejaría disconformes a todos.
Pero si el PSOE tendría cerrados todos los caminos….¿a qué esta batalla terrible entre Sánchez y los seguidores de Susana Díaz?
Volvemos al principio: la polarización PP-Podemos está tensando la cuerda al límite. Y si no se encuentra la solución imposible quedará la otra solución imposible: nuevas elecciones.
En realidad, aunque tenga su puntillo sádico, el espectáculo de la agonía del Sistema y de este desfile de imposibillidades tiene su gracia…. Desde aquí se lo puede ver aún más esperpéntico que el de la CUT, Más y Ezquerra Republicana.