En realidad, estamos frente a una nueva polarización: ser o no ser creyentes. Cuando se produjo el atentado del 11S (Nueva York-2001) el historiador y periodista británico Timothy Garton Ash destacó que Estados Unidos tenía tres respuestas posibles: actuar en solitario, al estilo de Israel; involucrar a la OTAN y algunos países más en una batalla prolongada que sería inevitablemente una guerra «de los pobres contra los ricos»; o bien, «limitar la respuesta inicial únicamente a los responsables reales del ataque». Esta tercera y última posibilidad –decía Garton Ash– podría evitar un «choque de civilizaciones» para intentar defender «la civilización», así, en singular. En esos días quedaba otra vez la esperanza de que se intentara defender «la civilización», en singular.
Lo que ocurrió en estos 15 primeros años del siglo está en la mente de todos: se inauguró, en efecto, una prologada guerra de los pobres contra los ricos. Nadie tenía ni tuvo hasta ahora ninguna justificación histórica para la invasión y el bombardeo de Afganistán, ni menos todavía por la invasión y el bombardeo de Irak. Ninguna justificación quiere decir exactamente eso. Ni más ni menos: ninguna justificación.
Una buena parte de noticias, reportajes, relatos, testimonios, documentos etc. editados durante estos 15 años estuvieron dedicados a darnos dosis graduadas de verdades interesadas, mentiras y emotiva literatura ad hoc mostrándonos barbaridades, ferocidades, atrasos, embrutecimiento, primitivismo, etc. del mundo árabe y del musulmán. Lo supiéramos o no, lo sintiéramos o no, todas eran justificaciones a posteriori de aquellas dos grandes atrocidades cometidas desde el poder planetario De ahí la sorpresa de que muchos países musulmanes, cometiendo similares atrocidades (Arabia Saudi, Qatar, Kuwait, etc.) pasaran desapercibidos, o casi, en tanto otros vivían bajo denuncia constante. Las mentes bienpensantes se limitan a decir: ‘bueno, pero es cierto… ¿qué importancia tiene que otros hagan cosas parecidas?’ Es el viejo cuento de ver el dedo que señala la luna, y no la luna misma. Porque detrás del parecido entre unas y oras realidades, entre unas y otras denuncias, hay un hecho esencial: nos están engañando. Y no es un engaño menor, casual…es un engaño alevoso porque se hace para escondernos que los aliados han quedado a salvo de que se comenten y denuncien sus atrocidades. Quince años hemos pasado así por una sucesión de engaños.
Apareció entre medio alguien al que ahora sus colegas, queriendo quitarle méritos y dejar puertas abiertas para ponerlo en el papel de acusado y no de acosado, al que está sometido: Julian Assange. Los cables de WikiLeaks tuvieron un único defecto: como si copiaran inconscientemente la realidad, nos abrumaron de información: pusieron tantas mentiras, ocultaciones y traiciones al descubierto que parecían un comic de la realidad..¡era demasiado!
Pero no era tampoco la primera vez. Cuando se divulgaron las falsedades del gobierno norteamericano con los ‘Papeles del Pentágono’ (las mentiras con las cuales se había embarcado a Estados Unidos en una guerra con Camboya y Vietnam), Neil Sheeham, quien elaboró la síntesis de los documentos editada finalmente por el propio Pentágono, decía que leer esos ‘papeles’ «equivale a atravesar el espejo para entrar en un mundo nuevo y diferente»; si se conocen estas ‘intimidades’ del poder, la gente y los propios parlamentarios podrían tomar actitudes distintas a las que adoptan. Ni qué decir tiene de los ‘papeles de Assange’. Nunca los hechos se conocen ‘en tiempo y forma’ porque lo que se manipula es la información básica sobre la cual han de tomarse las decisiones.
Ahora viene lo más asombroso. ¿Por qué el presidente francés, Hollande, hace lo mismo que George Bush? ¿Por qué Hollande elije la tercera posibilidad de las que señalaba Timothy Garton Ash? ¿Por qué Francia elije los bombardeos y asume matar a inocentes, en vez de concentrar su reacción sobre los ‘responsables reales’ del ataque? ¿Por qué no intenta defender ‘la civilización’, en singular? Porque él también, como todos, está envuelto en la mentira. Porque han montado una gran farsa de cuyo reparto de roles ya no se pueden desprender. El Estado Islámico es un monstruo que desafía a sus creadores. Y ese desafío es lo que ellos buscaban, porque con ese enemigo brutal justifican todo su Sistema. Y han dividido al mundo en dos mitades: los que creen y los que no creen. Pero para creer en el Estado Islámico hay que tener una dosis de credulidad muy por encima de la que demanda cualquier religión.
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