Solo falta que nos digan que en el noviembre francés empezó la Tercera Guerra Mundial. No deja de ser curioso que desde Bin Laden hasta el último terrorista todos estén muertos.
Hace algunos meses, y todavía unas pocas semanas, una página propagandista de Rusia y algunos ‘observadores’ de la realidad política no solamente amateurs sino también algo estrábicos, seguían hablando de la ‘Tercera Guerra Mundial’ como algo que podía producirse de modo inminente entre Rusia (quizás ayudada por China) y Occidente. Poco resignados a detenerse a mirar la realidad, ahora quieren ver otro escenario igual (o peor) de amenazante a raíz de la masacre de inocentes noctámbulos en París.
La nueva tragedia vino a dejar en claro, una vez más, que Occidente y Rusia están en el mismo bando. Pero ayuda a plantear nuevas conjeturas acerca del ‘renacer’ de Moscú como actor de primera línea. Hay neófitos que se niegan a reducir la geopolítica a negocio y hacen bien porque la geopolítica no puede reducirse a nada concreto puesto que lo abarca todo. Hablar de geopolítica enervó durante mucho tiempo a los seguidores de unos u otros dogmas porque supone partir de la realidad misma, sin distorsiones ideológicas.
La geopolítica es una sencilla combinación entre el peso natural de un país (su población, su superficie, sus recursos –fundamentalmente de energía, transporte y materias primas– y… la proyección de ese perfil dentro de un futuro más o menos previsible. La visión geopolítica pone en segundo plano lo ideológico y todo lo que atañe a los ‘delirios’ de grandeza o complejos de inferioridad de los pueblos y las disputas y rivalidades con naciones o etnias vecinas, que suelen venir dados por las necesidades estratégicas. Las necesidades de los rusos se refieren a recuperar un ‘espacio vital’ más holgado porque vienen de la época soviética, en la que ellos eran el ‘centro’ de una cantidad de países asociados por una ‘unión’ basada en cercanías ideológicas (reales o hipotéticas) pero al mismo tiempo distanciados muchas veces por poderosos motivos históricos –geopolíticos– de enfrentamiento. Más allá de ese ‘espacio vital’ que los rusos parecían tener asegurado (formado por los miembros de la disuelta URSS) existía otro ancho ‘colchón’ de naciones, las de Europa del Este, con las que había mayores motivos de separación que de unión pero que también habían servido de parachoques en tiempos soviéticos. El caso es que, al ‘estallar’ la Unión Soviética muchas naciones del Este europeo buscaron el ‘manto protector’ de Occidente para no ser fagocitadas por los rusos, en tanto otras, generalmente en manos de gobiernos ‘fuertes’ (por llamarlos de alguna manera, aunque algunos constituyen dictaduras poco disimuladas) se acogían a las relaciones especiales con Moscú.
Para atajar la dispersión del antiguo poder soviético, Rusia reprimió a sangre y fuego el movimiento independentista checheno. Era una pieza clave para evitar la dispersión de la extinta URSS y sobre todo para desalentar a los movimientos populares independentistas de cualquier signo que fueran. Se vio con claridad que Occidente dejaba libertad de acción total a los rusos
El golpe dado por Occidente en Ucrania desató polémicas ideológicas: de un lado y de otro la acusación de fascismo sale a relucir rápido como si se tratara de un ‘revolver ideológico’ que da ventaja, como el otro, al que desenfunda primero. Si se quiere encontrar, hay un ‘fascismo’ entre los ucranios anti-rusos y otro entre los disidentes independentistas sostenidos por Moscú.
Agredida por sorpresa en su ‘espalda’ de Europa del Este, separándola de su ‘socio-mellizo’ de Ucrania, Moscú atinó, casi como una reacción visceral (con esos torpes movimientos de camiones sin identificación, por ejemplo) para retener Crimea, llave maestra de su presencia naval en la zona.
Ahora, la geopolítica va promoviendo nuevas realidades. Por ejemplo: ¿cómo Moscú, gran aliado contra el ‘terrorismo internacional’, ha de ser castigado –como lo está–con sanciones económicas y desalojado por las bravas de Ucrania (cosa nada sencilla, por otra parte)?
En esta coyuntura Putin dio un habilidoso paso al frente al bombardear al Estado Islámico. Tan habilidoso que sacó de un apuro a Obama, quien parece dispuesto a contribuir en ese ‘escenario’ con 50 técnicos militares. Si, habéis leído bien: 50. O sea, que el peso de esta ‘guerra’ recaerá, al menos de momento, sobre la fuerza aérea franco-británica y rusa. Si alguien quiere llamarle a ‘esto’ Tercera Guerra Mundial, nadie puede negar el derecho a poner apodos. A nosotros nos parece más un gran ejercicio para mantener en pie la poco trabajada tragedia del ‘choque de civilizaciones’. Parece que en el mundo de hoy nada se hace a lo grande hasta que no cae en manos de la Disney.