Un plato es un plato, un vaso es un vaso, etc. Y medio pueblo catalán es medio pueblo catalán…¿O Rajoy tiene otra respuesta?
Desde cierto ángulo, la lectura de los resultados de las elecciones catalanas es sencilla: se puede ver un empate técnico en escaños; y el peso que desequilibraría la balanza sería el de la CUP (Candidatura D’Unitat Popular). ‘En este rincón, 62 diputados (por el ‘sí’) y en este otro, 63 diputados (que no tienen mucho en común, salvo que están contra el ‘sí’); al medio, los 10 diputados de la CUP’.
Pero hay dos problemas gordos: uno, que la CUP es separatista y otro que los partidarios del ‘sí’ no tienen mayoría de votos, ni aún sumando los de la CUP. Algunos analistas dicen, con razón, que es temerario proclamar la independencia sin tener del lado de la futurible república al menos un catalán más que los que no están por el ‘sí’.
Menuda papeleta. Los observadores se han dedicado sabiamente (faltos de la sabiduría necesaria para encontrar una salida) a pormenorizar el análisis. Y lo hacen con las pequeñas trampas de siempre: el mismo argumento sirve para un barrido como para un fregado. Por ejemplo: la extrema, brutal polarización: no le hizo mucha mella al PSOE (Partido Socialista Catalán en este caso) porque perdió ‘solo’ 4 diputados; a Podemos lo destrozó porque perdió 2 diputados, respecto a los obtenidos por uno de sus asociados en 2012.
Es verdad que la polarización extrema, como un vendaval, arrasó las ‘tiendas’ del ejército oficial (PP), que perdió 9 diputados, aunque se presume que algo de este desastre debe imputarse a la estulticia del propio PP; por otra parte, el mismo vendaval infló las velas de las naves de Ciudadanos, que saltó de 9 a 25 escaños. Algo habrá tenido que ver en esto la sólida estrategia de Albert Rivera.
Hay una curiosa alegría en el subrayado sobre la caída de Podemos y nadie se detiene a señalar que, en realidad, es la primera vez que las fuerzas de Iglesias se presentan en Cataluña. No se quiere, deliberadamente, prestar mucha atención a los esfuerzos por escindir a los ‘podemitas’, como se percibe, por ejemplo, en la ausencia casi total de la alcaldesa Ada Colau en la campaña electoral.
La alegría resulta normal en el entusiasmo de los medios al exaltar el enorme crecimiento de Ciudadanos, pero no resulta tan natural cuando se señala la supeditación de Mas al poder emergente de la CUP, con sus 10 diputados, cuando los líderes de esta fuerza están llamando a la ‘desobediencia civil’, a que los catalanes no obedezcan ya a nadie y a retirarse de la OTAN, y de la Unión Europea. ¿De verdad están tan felices de que un partido antisistema sea pieza clave de una ‘solución’?
El CUP es en parte la explicación del ‘parón’ de Podemos: con banderas sociales pero incluidas en un planteamiento secesionista, se han quedado un solo diputado por debajo de las huestes de Iglesias; parece posible que esa línea programática tenga futuro aunque será difícil para Iglesias borrar su indefinición ante el soberanismo (se defendió ardientemente el ‘derecho a decidir’ pero se eludió el choque con los españolistas).
La alegría por la CUP tiene su sencilla explicación: tácticamente interesa descolocar a Mas, dejándolo fuera de juego, y eso es lo que parece posible cuando este grupo, registrado como ‘extrema izquierda’ (enfrentar a la mafia que gobierna Europa y querer salir de la belicosa OTAN parecen signos de extremismo) quiere declarar la independencia pero se resiste a encumbrar a Mas al frente de la nueva república. Pero hay otra explicación: ¿no se estará buscando en la CUP el pretexto ‘ideológico’ para ‘ilegalizar’ la posible secesión?
‘Nueva república’… ¡ahí es nada! Entre dimes y diretes estamos ante el probable nacimiento de una nueva república, separada de España.
La cuestión es más que peliaguda porque, como se apunta en muchos comentarios, Cataluña está partida en dos mitades que parecen irreconciliables. Es probable, sin embargo, que hasta esa llamada ‘extrema izquierda’ haga esfuerzos conciliatorios… pero parece inevitable sentarse a negociar. Está claro que sería insensato querer crear un nuevo Estado sin al menos la mitad más uno de los votantes… ¿Pero no sería igualmente insensato, en el más puro ‘estilo Rajoy’, seguir con una venda en los ojos…? No podemos encomendarnos a la curiosa definición de que un vaso es un vaso y un plato es un plato… Es que esa misma vacua imagen nos está llevando a otra parecida: medio pueblo es medio pueblo y no se puede imponer a una población un estatus rechazado por la mitad de su gente.