Nadie se cree las amenazas de Susana Díaz, la reina de corazones que cree que lo absoluto es lo mismo que lo relativo. Tal vez le resulte un duro aprendizaje
Si se busca el sentido profundo del pronunciamiento electoral la auténtica democracia habla de ‘soberanía popular’, un concepto difícil de definir en el plano teórico pero que en la realidad cotidiana puede verse diáfanamente. Lo que la gente quiere, el camino que la gente propone. Hay ejemplos burdos pero contundentes: la gente no quiere que levanten centrales nucleares (por lo menos cerca de su casa); la gente, en general, propicia condiciones de convivencia con los pueblos vecinos (o más lejanos) que alejen la posibilidad de entrar en guerra; cuando la gente se muestra proclive a un conflicto armado suele haber sido previamente bombardeada con artillería ‘patriótica’ para ‘crear un clima propicio’ y esto es lo que hace a veces confundir a la opinión pública creyendo que el patriotismo es eso: mentir, agrandar o exagerar un conflicto porque otros intereses (económicos casi siempre) se benefician del eventual choque bélico. La gente propicia energías ‘limpias’ o medidas de protección de la naturaleza, etc.
Luego hay muchísimas otras cuestiones en las que la opinión de la gente no es tan fácil de generalizar o no se puede definir con certeza. Suele ocurrir que la trayectoria de los gobiernos se aparta de lo que la gente quiere e incluso que utiliza trampas y subterfugios para adoptar medidas que generan resistencia o abierto rechazo. En algunas ocasiones, los datos se tergiversan o las respuestas diáfanas desaparecen a favor de explicaciones complejas como para que solo estén al alcance de los técnicos. Los técnicos son una minoría susceptible de ser presionada de modo directo por el poder: el poder político, el poder económico de las grandes empresas (o el poder mediático, vinculado a ellas) o el poder financiero de los bancos. Es por eso que se ha llegado a analizar a los economistas, al margen de escuelas o corrientes, como cultores de una supuesta ‘ciencia’ a la que José Luis Sampedro denunció como «una ideología que justifica el poder del dinero».
Las deudas internacionales, los manejos ‘técnicos’ de las altas finanzas, y la protección de los paraísos fiscales, donde el capital se refugia para escapar a todo control, son los grandes instrumentos de dominación. Querer escapar de ellos supone ser perseguido y acosado (sean personas o países), vivir desterrado del mundo del consumo. De ahí que no nos podemos librar de esa esclavitud: nosotros mismos nos ajustamos el collar que nos aprisiona cuando nos deslizamos por el tobogán del consumo.
Volvamos rápidamente hacia atrás. Otorgar una mayoría absoluta supone dar ‘libertad’ a un gobierno para que ponga en marcha (¡o no!) el programa prometido, prácticamente sin control. Así acaba de ocurrir en el Reino Unido y ahora los conservadores de Cameron podrán aplicar recortes –por ejemplo– sin que nadie les ponga límites.
Los votantes andaluces han hecho algo distinto: han dado mayoría relativa al PSOE pero no le han dejado sin amarras… si quieren gobernar, tendrán que pactar. La presidenta (en funciones), Susana Díaz, tiene una alta escuela de política de pasillo (rumores, advertencias, movimientos ‘sísmicos’ ‘recortes’ de autoridad, promesas a medias, alianzas aparentes, etc.) y con esos métodos ha querido dar la sensación de que los demás partidos quieren «paralizar la gestión». Cada uno le ha contestado a su manera, pero ninguno ha aceptado el chantaje implícito. Los populares le han dicho que tiene el presupuesto aprobado y puede «gestionar» sin ningún problema; los de Ciudadanos, que promovieron un pacto anticorrupción que el PSOE dijo respaldar pero a última hora no quiso firmar (exigía que primero se votara la investidura de Susana Díaz); y la gente de Podemos se mantuvo en sus trece: que Chaves deje su escaño; que se acepte el recorte de altos cargos y el refuerzo de personal en salud y educación, y que no se trabaje más con los bancos que sigan perpetrando desahucios.
La presidenta (en funciones) Díaz sigue jugando con un equívoco: que «los andaluces» la eligieron a ella; pero no tener mayoría absoluta cambia mucho las cosas. Luis XIV hace un tiempo que falleció. El anterior gobierno andaluz se formó por un pacto entre el PSOE e Izquierda Unida… pero el partido más votado había sido el popular. De seguir la regla de que la mayoría relativa equivale a la absoluta, hoy quizás estaría Javier Arenas al frente de la Junta de Andalucía. Para dejar de ser ‘en funciones’ Susana Díaz tendrá que negociar de verdad. Hasta ahora solo se dedicó a marear la perdiz.