Las personas capaces de asumir un liderazgo son las que dan una dimensión humana, las que aportan sentimientos y emociones a las ideas, que viven en el mundo de lo racional
En política las personas importan tanto o más que las ideas. Hablamos de ‘ideas’ en un sentido filosófico, como grandes abstracciones que interpretan la realidad y procuran transformarla. Las ideas se deforman y fosilizan en ideologías y por ese camino suelen convertirse en fórmulas vacías y que, para colmo de males, terminan siendo sacralizadas. En términos políticos concretos esas ideas esenciales intentan materializarse en programas o planes de acción, como si se tratara de colgar escalas para alcanzar o asaltar la fortaleza del poder. Es un eterno batallar. Un montarse en utopías para bajar a la realidad cuando un intrépido pelotón cree que se podrán alcanzar las almenas.
Pero decíamos que las personas importan tanto o más que las ideas porque necesitamos que lo racional se encarne en seres humanos concretos, que nos permitan crear un vínculo de emociones que haga creíbles los mensajes racionales. En otras palabras: la gente, los seres humanos, permiten introducir sentimientos y emociones en el universo de la lógica.
Nos gustaría echar una ojeada a los que pretenden ser líderes.
La lucha contra la corrupción parece haberse convertido en un gran filtro. No convertirse en protagonistas de esa lucha puede hacer perder a los políticos muchos o pocos votos, pero es más que probable que frustren su vocación de liderazgo.
Susana Díaz, por ejemplo, se debate en un oleaje que le hace casi tocar la vara de mando pero no consigue dar el último envión. ¿Por qué? Porque su discurso contra la corrupción no resulta creíble. Chaves y Griñán han quedado apartados. Pero esta ‘prenda de negociación’ no tiene apenas valor porque no se trataba de que se ‘retiraran’, sino de ‘reconocer, castigar y reparar’ la corrupción. Los dos expresidentes no ‘se llevan’ con ellos la corrupción porque, como escribió un colega, «una pirámide no se puede llevar en una riñonera». Pero hay algo todavía previo: ha dicho con verdad el popular Javier Arenas que, si hay que darle el poder al ganador… ¡él tendría que haber sido el presidente de la Junta! Arenas no solo fue ‘el ganador’ sino que obtuvo más escaños que los que tiene el PSOE ahora. Así, pues, el liderazgo de Susana Díaz está agrietado en su base.
Albert Rivera, el inventor de Ciudadanos, es otra propuesta de liderazgo que se está ofreciendo a los votantes. Un periódico de Madrid publicó una curiosa encuesta entre ‘grandes inversores’, de la cual resulta que un abrumador número de ellos (el 46%) elige a Rivera. El publicitario titular decía: «El mercado, con Ciudadanos». Es una señal inequívoca de que esta novedosa fuerza política no está buscando ‘intrépidos’ para escalar los muros de la fortaleza sino pidiendo que le tiendan el puente levadizo para entrar al reducto del poder.
Pablo Iglesias es un candidato obvio al liderazgo. Pero las piruetas de Podemos por abarcar más y más adeptos inducen a pensar que pretende formar un ejército tan poderoso, tan poblado de gente de variada procedencia, tan lleno de ‘soldados de fortuna’ que quieren llegar a unas listas que parecen un camino seguro para ‘tocar poder’… que corre el riesgo de desnaturalizarse. Sobre todo porque una convocatoria tan amplia está obligando, en la práctica, a abandonar aquel principio fundacional, tan revolucionario, que suponía algo así como ‘un soldado, un voto’. Esa democracia por la base es sin duda su mayor atractivo. La artillería de los ‘señores del poder’ está socavando la idea: un diario madrileño, al analizar el férreo control de sus candidatos que hace Ciudadanos lo presenta como un necesario ‘centralismo’; en cambio, una actitud similar de Podemos, es presentada como práctica ‘dictatorial’ en donde Iglesias impone sus decisiones. La proyección de Iglesias como líder crece más gracias a sus detractores que a sus propagandistas, como lo ha dicho gráficamente el veterano actor José Sacristán.
En el potente mundo de las políticas alternativas la idea de una ‘democracia por la base’ tiene una abanderada que la defiende a rajatabla: la candidata de Guanyem a la alcaldía de Barcelona, Ada Colau. Por ella (y por Manuela Carmena, aspirante a la alcaldía de Madrid) asoma la reivindicación de auténtico protagonismo ciudadano. Por ahí pueden surgir, tal vez, promesas de liderazgos femeninos. Y nada menos que en Madrid y Barcelona. Sin contar todavía con el tímido liderazgo de Teresa Rodríguez en Andalucía.