Lavarse las manos

25 Nov

El descubrimiento de lo obvio: que la gran desigualdad no nace tanto de la renta anual como de la acumulación de capital. Y la desigualdad provoca infelicidad

La extensión de la Gran Estafa a escala planetaria y las secuelas de esta «enfermedad», han puesto a muchos científicos sociales a investigar en distintas direcciones para ofrecer pistas sobre «lo que está ocurriendo». Algunos de estos «sucedidos» están muy a a la vista y sus consecuencias resultan obvias. Pero, contra lo que muchísima gente cree, nunca conviene dar nada por obvio. Ignas Semmelweiss descubrió en 1847 que si los médicos se lavaban las manos para atender a las mujeres embarazadas y los partos algunas enfermedades (fiebres puerperales) disminuían drásticamente. Este resultado era observable pero las teorías de Semmelweiss fueron ridiculizadas y desvalorizadas de tal modo que el hombre se volvió loco y terminó suicidándose. ¡Solo cuando Pasteur y Lister desarrollaron su teoría sobre las enfermedades producidas por gérmenes (que suministraba una explicación «científica» a los avances logrados por elementales actos de higiene) comenzaron a tomarse en serio las propuestas de Semmelweiss!

En otra escala, en parte les ha pasado lo mismo a Wilkinson y Pickett cuando estudiaron a fondo la influencia de las desigualdades como dato claramente negativo a la hora de estudiar lo que se ha dado en denominar «felicidad colectiva». Tras un importante esfuerzo para «medir» un concepto tan volátil como el de «felicidad colectiva», estos autores publicaron Desigualdad (The Spirit Level) hace unos 5 años… Ya publicado el estudio se desbocó la gran estafa y el mundo entero tuvo que arrodillarse ante la llamada «crisis».

Un lustro después, la cuestión de la desigualdad se ha convertido en una preocupación central. Para muchos sigue siendo la causa esencial de las protestas y la rebelión que surge en los lugares más dispares y sin que se logre establecer una relación directa entre el grado de miseria/riqueza y el «tamaño» de la discordia. Es evidente que unas pocas sociedades mantienen un cierto equilibrio y parecen exentas de estallidos inesperados. Pero también en ellas ocurren algunos seísmos políticos desconcertantes.  Es como si una inquietud bullera en todas las sociedades, mundializando inesperadamente reacciones que en cada caso parecían locales.

Es un fenómeno globalizador que rápidamente se atribuye a las «redes sociales», como si esa fuera una justificación universal, aplicable a cualquier realidad y que debe funcionar como una explicación cuando, en realidad, solo se refiere a un medio tecnológico que por sí mismo no hace entendible el fenómeno. Volviendo a Semmelweiss: es como si necesitáramos  una justificación científica, racional, de la extensión de estos estallidos… Así como no se creía que lavarse las manos pudiera tener tan mágicos efectos, tampoco nos termina de convencer que las redes sociales puedan resultar tan arrolladoras. La diferencia está en que el «lavado de manos» parecía algo ridículo en relación a esos resultados, en tanto ahora las redes sociales parecen una magia que todo lo aclara.

En la búsqueda de datos para echar luz sobre estos fenómenos, surgió Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI) poniendo el acento sobre algo evidente: toda la fiscalidad se apoya en las nuevas rentas, dejando de lado la acumulación del capital, que es, justamente, donde la desigualdad asienta sus bases. Un colega lo ejemplificó muy bien comparando a la difunta duquesa de Alba con Ronaldo: el futbolista acumulará mucho dinero en unos cuantos años de «gloria» pero lo que lleva «amontonado» la aristócrata fallecida está ya a buen recaudo… nadie lo toca…. A salvo de ser recaudado por Hacienda, que solo cae (las pocas veces que no se le escapan) sobre las rentas y no sobre el capital que las genera.

Y allí está una de las grandes pistas sobre la desigualdad.

De ahí que muchos se planteen ahora un impuesto sobre la riqueza acumulada.  Mientras, los científicos se devanan los sesos tratando de explicar por qué en países donde un porcentaje de gente gana cifras escandalosas (y acumula riquezas fuera de toda medida) los beneficiarios del Sistema no resultan un paradigma de felicidad. Y en parte parece que la explicación reside en la desigualdad: cuando la distancia entre ricos y pobres es menor la flor de la felicidad cobra colores más alegres… ¿Será que así los ricos se «lavan las manos» y se sienten, efectivamente, más cercanos a los que ganan menos? Otra vez resultaría efectivo lo más sencillo, lo de lavarse las manos… ¿O será al estilo Pilatos…? «¿Qué culpa tenemos los ricos de que haya pobres?».

3 respuestas a «Lavarse las manos»

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