Un trato desigual

14 Oct

Persiste una visión eurocéntrica de la realidad, por ejemplo cuando se mira a Latinoamérica desde Europa. Y el deseo de agradar a Washington que siempre tiene un juego con distintas varas de medir «democracias»

Hay en América Latina un gigantesco proceso de cambio con variantes muy diferentes pero con un denominador común que los abarca a todos y que introduce matices que son difíciles de apreciar para quien los observa desde una realidad diferente, como la europea. Y hay una dificultad añadida en ese caso: aunque sea subliminarmente, el eurocentrismo sigue reinando. El etnocentrismo y el eurocentrismo son dos variedades de un mismo fenómeno, que pone en el centro del escenario al «hombre blanco» y sus formas de civilización, que son también sus formas de dominación.

¿Hay acaso maneras más fieles de reflejar la voluntad de un pueblo que la democracia y su premisa de «un hombre, un voto»? Puede haberlas. Y lo estamos viendo en estos últimos años. No se trata solamente de que los mecanismos electorales pueden ser trampeados de muchas maneras, sino también de que es posible gobernar directamente de espaldas a la voluntad popular creando una «superestructura» que es la que en realidad impone las decisiones mediante hábiles manipulaciones, como el artilugio del bipartidismo: cuando hay un claro rechazo a los gobernantes se «alterna» el ejercicio del poder con un cambio de partido pero el rumbo político sigue siendo básicamente el mismo. Hay muchos otros recursos, como el de haber creado unos poderosísimos bancos estatales que están por encima del poder político y que constituyen un superpoder sin contrapesos ni controles.

Cuando desde fuera de Occidente o desde sus márgenes se ensayan métodos políticos diferentes van los expertos de la gran metrópolis con sus varas de medir y mueven la cabeza de un lado a otro, consternados: «no es esto», «no es esto», «esto no es democracia», dictaminan.

Volvamos a Latinoamérica. Algo que desde Europa no se puede entender por ejemplo, que algunos gobiernos que acceden por el voto popular mantengan una relación amistosa y a veces hasta privilegiada con el castrismo. No comprenden para nada el significado simbólico de esa amistad que implica muchas definiciones con un solo gesto. Es un lenguaje gestual que tiene igual o mayor valor que los discursos. Es el lenguaje «no verbal» entre los gobiernos. Esa amistad supone, por ejemplo, que no se va a soportar más que Estados Unidos imponga vetos para excluir a ningún país de la comunidad iberoamericana.

En ese gran frente donde hay en realidad unas pocas coincidencias y muchas divergencias, si están dibujados dos grandes perfiles: los que quieren guardar distancias con Washington y los que esperan una relación privilegiada con USA. Desde la visión política de Occidente el trato es muy distinto para unos y otros.

Veamos algún ejemplo. Hay un esfuerzo constante por presentar a Venezuela como un país en permanente agitación. Como no ha podido surgir una oposición unificada y coherente, los «observadores» ponen el acento en que el gobierno de Maduro «ha perdido el control» sobre sus propios partidarios. Es tal la inquina de los bienpensantes europeos hacia Venezuela que ahora hasta hablan bien de Chávez pero solo para hundir la imagen de quienes quieren ser los continuadores del líder fallecido, un elenco de «continuadores» que, por cierto, no logra la buscada línea de continuidad «bolivariana» y termina por repetir consignas y lemas sin lograr darle un nuevo empuje al proyecto inaugurado por el carismático comandante.

Pero mientras en Venezuela algunos enfrentamientos violentos sirven para descalificaciones globales del régimen, se verá como en México consignando una auténtica masacre, como muestra de una situación absolutamente caótica en la que el poder está más en las manos de una alianza de narcotraficantes y policías que en la de los gobernantes, se separa cuidadosamente el «nivel policial» y la brutalidad del crimen organizado, que se burla de quienes teóricamente le persiguen, del proceso político.

Ese tratamiento tan diferente –en un país «todo es política» y en otro «todo es delincuencia»– es el que nos da el claro indicador de esa diferencia de perfiles: los aliados de Washington son tratados como «demócratas» aunque sean marionetas de los narcotraficantes, y los que enfrentan a Estados Unidos siempre están bajo sospecha de querer convertirse en dictadores. Pero ese ya no es un problema de puro «etnocentrismo»: también, hay, simplemente, obediencia al poder mundializado.

3 respuestas a «Un trato desigual»

  1. Amigo Horacio ser partidario es necedad y es pecado. No es bien la violencia y el enfrentamiento verbal o físico no podemos hacer nada por cambiar el destino del mundo ni el de las personas para que la violencia? La violencia es necedad

  2. Amigo Horacio te tengo que reprender y te corrijo porqué te amo. Yo ame la política y al mundo y no amé a Cristo pero no amo al mundo y ahora si amo a Cristo esto que te digo hacerlo es por nuestro propio bien proponte no echar ninguna mentira en el día.

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