No es nuestra guerra

23 Sep

Nosotros no estamos en guerra. Mucha gente siente que el Sistema agrede permanentemente a las personas y nos sitúa a la defensiva. Frente a tales agresiones se presentan distintas formas de resistencia. Pero llamar «guerra» a estas situaciones no deja de ser un recurso retórico. «Ellos» pretenden embarcarnos a todos en un choque frontal con los «yihadistas» o con otras diversas variantes del islamismo, al que han «elegido» como enemigo. Un enemigo alimentado, armado y financiado directa o indirectamente (Arabia Saudí, Katar…) por Occidente. Y reclaman nuestra complicidad mediante una propaganda persistente mostrando el salvajismo de los musulmanes, a los que siempre etiquetan como radicales o extremistas. De más está decir que algunos de los múltiples grupos islamistas confirman esa imagen brutal, torturándose y matándose entre sí o cometiendo atentados contra Occidente.

Pero lo que es obvio es la ausencia de imágenes sobre los crímenes y las torturas de Occidente, como los «drones» asesinos, los ejércitos de mercenarios o los efectos de los bombardeos sobre ciudades y pueblos El único salvajismo que hemos podido conocer en imágenes ha sido, ocasionalmente, el de Israel contra los palestinos, cuyos brutales efectos han quedado sin castigo y aún sin apenas una condena simbólica. Pero no se trata solamente de la bestialidad insolente del ejército israelí sino de constantes bombardeos, invasiones y matanzas que Occidente comete en diversas zonas del mundo (Irak, Afganistán, Siria, Libia, Mali, casi todo el norte de África, gran parte de Oriente medio, etc.).

Esa no es nuestra guerra. Cuando los gobernantes occidentales nos explican, casi a diario, cuáles medidas adoptan para combatir al «terrorismo», nos dan siempre un doble mensaje: los terroristas son extremistas y asesinos y Occidente nos protege de ellos bajo la bandera de la democracia.

Pero el caso es que no estamos salvaguardando la democracia sino, simplemente, protegiendo los intereses del poder económico, financiero y político mundial. O sea: defendiendo a un poder que nos domina y nos impone sus intereses, simulando defender los nuestros.

Uno de los engaños es el de suponer que hay una «amenaza fascista» agazapada en nuevas fuerzas políticas, a las que también denuncian como extremistas, radicales, populistas… enemigas de la democracia. Otro engaño evidente y que, sin embargo, es el que parece más arraigado, es el de mantener artificialmente el ya hace tiempo inútil esquema de «izquierdas» y «derechas». En varios países –España incluida– ha quedado en evidencia la trampa de la «alternancia» de dos grandes fuerzas. Y cada vez que llega al poder un líder «socialista», los analistas se asombran: «Oh…no está cumpliendo con su programa». Así ocurrió con Schroeder en Alemania, con Toni Blair, en Gran Bretaña y ahora con Hollande en Francia. ¿De qué nos asombramos?

Los medios de comunicación acuden a prestigiosos catedráticos que analizan el fenómeno como si fuera algo nuevo que requiere densas reflexiones. Ahora,  Sarkozy, al mismo estilo de Berlusconi, aparece «acosado» (¡ eso dicen !) por la justicia por varios casos de corrupción, pero anuncia su retorno: quiere volver a ser presidente.  Pero a él se le tratará con cierto respeto, al contrario que a Marine Le Pen, «fichada» como «ultraderechista», a la que atacan frontalmente por estar contra el derrengado tinglado de la Unión Europea. La vara de medir es bien diferente según el escenario. En Canadá recibe salvas de aplausos por los medios internacionales un «conservador» que «ha revolucionado» la política local: Stephen Harper. Algunos lo llaman «el George Bush Jr. canadiense». Los especialistas dicen que las políticas de Harper son extremas pero lo ven como una «nueva experiencia». Con los mismos adjetivos con los que se descalifica a Le Pen, se elogia a Harper. Bajo su gobierno Canadá se retiró del protocolo de Kioto para la defensa del clima. Y él apoya a Israel en Gaza, reconociendo su sintonía con el primer ministro israelí, Netanyahu.

Nos cuesta adaptarnos a un mundo en el que «izquierda» y «derecha» no definen nada: estamos ante un choque entre el poder descarnado y la gente, masacrada en algunos sitios y machacada en otros. Sería absurdo defender el salvajismo de los yihadistas pero no por eso nos pueden imponer solidaridad con el gran poder mundial y su falsa democracia, que prepara sus policías militarizadas, sus «nanoguerras», para imponernos su inventada «gran guerra» contra el Islam. Mientras antes nos sacudamos los prejuicios, antes veremos con nitidez la sucesión de trampas que nos tienden cada día.

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