El sistema nos devora

29 Jul

¿Por dónde empezar para cambiar el mundo? Muy frecuentemente nos dicen: «empieza el cambio por ti mismo». No cabe duda. Difícilmente podamos influir en los demás, aunque sea en una medida ínfima, si primero no hemos sido capaces de cambiar nosotros mismos. Pero supongamos que hemos logrado «cambiar», imbuirnos de principios y valores a los que antes no dábamos el protagonismo que merecen; o que al menos estamos en ese camino. Nos enorgullece que ahora podremos incluso llegar a «dar ejemplo» pero al mismo tiempo tomamos conciencia de que entramos en un proceso inmenso, interminable, inaprehensible… ¿Eso es todo lo que podemos hacer?

Por otra parte, a nivel social, reina un pesimismo absoluto, hijo del crudo realismo (ya se sabe: un pesimista es un optimista que se informó bien). Ese escepticismo choca con el «pensamiento positivo», hijo de la autoayuda y de improvisados discípulos de sabidurías orientales. O caemos en duras premisas racionales –el inmenso poder del Sistema, una hidra de 7 cabezas que por más que las cortes vuelven a crecer– o se trata de expandir unas fórmulas de sabiduría espiritual que no parecen haber generado cambios substanciales en los últimos 5.000 años.

Vendrán quienes nos inviten a concentrarnos en defender a un planeta moribundo, en tantos otros nos incitarán a asaltar el Palacio de Invierno y a cortar cabezas antes de que sea demasiado tarde.

Y sin embargo€ Sin embargo, hay todavía un enemigo más insidioso. Porque se mueve en el campo de lo social y desde allí conquista mercados y se introduce en nuestras propias mentes, arrastrándonos como los antiguos diablillos que nos incitaban a pecar, cuando pecar estaba mal visto.

Nos estamos refiriendo a las tentaciones que nos empujan al consumo. Paso a paso, el mundo se va dividiendo entre los que apenas comen, los que comemos regularmente y los que se hinchan (literalmente) de comer. Y entre los que comemos, poco o mucho, estamos los que devoramos lo que nos echen, sin parar mientes en la calidad, la bondad o maldad de lo que ingerimos (partiendo de la conciencia de que «lo que no mata, engorda»€). Y están los que buscan lo ecológico y pagan mucho más para llevarse a la boca alimentos que, exquisitos o no, son certificadamente sanos y… ¡es lo menos que podemos hacer por nuestros niños!

Pero resulta que eso (alimentos, artículos de limpieza, comida para la mascota…) es lo de menos. Al sitio que nos están llevando es al paraíso del lujo. Real o imaginario. Ese sitio al que quizás nunca habíamos llegado… O al que nos asomamos con vértigo alguna vez. Las joyas, los relojes que son joyas, la ropa de diseño (vulgo: moda), los coches de marca que cuestan tres veces más que sus gemelos que cuentan con menos «detalles»… El universo del lujo que nos lleva también, de nuevo, al mundo de los alimentos: las «delicatessen», los productos traídos de lugares ignotos, los vinos estacionados con paciencia y que pueden costar 10 o 50 veces más que otro, que ya es caro y de marca…

Perseguidos por la Interpol (a la que también, sospechosamente, se le escapan casi todos) crecen grandes mafias especializadas en la falsificación de alimentos y de bebidas de marca. Pero estas son, en realidad, los tentáculos marginales de la hidra. Los gordos son los otros, los que nos llevan por el sendero del consumo a los destinos del lujo, incluidos los turísticos. Como turistas somos presas fáciles: adquirimos muchas cosas que jamás compraríamos en nuestra ciudad. El consumo de lujo aumenta exponencialmente en la misma medida que se amplía sin cesar la distancia entre ricos y pobres, la insaciable desigualdad que el sistema fabrica, de día y de noche, como funcionaban las viejas maquinarias de la Revolución Industrial.

El lujo está en todos lados. En la vida nocturna y en la ropa; en la cocina y en el garaje; en los pequeños diseños y en las grandes muestras de arte; en los espectáculos y hasta en los libros.

O sea, que volvemos al principio y nos damos cuenta de que sí que está el Sistema metido dentro de nosotros. Sí que tenemos que empezar por cambiar nosotros… Y, aunque veamos que nuestro cambio apenas modifica nada, que a nuestro alrededor todo sigue igual (o así lo parece)… también es verdad que si no resistimos al Sistema dentro nuestro, en nuestra propia mente… se va adueñando de nuestra voluntad.

12 respuestas a «El sistema nos devora»

  1. Horacio veo que nos entendemos he encontrado a alguien con sentimientos con afán de lucha de superación me alegra mucho que así sea. Mi mayor alegría en el día de hoy.

  2. Cristo y los apóstoles llevaron una vida que los metían en la cárcel como delincuentes. Ahora la secta viven como reyes rodeandose de reyes y jefes de estado. Es la mayor hipocresía predican humildad pero viven en la riqueza.

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