La desigualdad como placer

10 Jun

No solo se comprueba el crecimiento constante de la desigualdad: crece el «placer» por el contraste… se goza más cuando nuestros símbolos de estatus se exhiben en medio de la miseria

La realidad que se nos muestra se parece bastante a esos tahúres resabiados de las películas del Oeste o de las mesas de casino mafiosas: sabemos que nos están trampeando, miramos fijo al tahúr para ver en qué momento… y nunca logramos pescarlo in fraganti. Es lógica nuestra reacción, similar también a la de las citadas películas: nos salimos de la vaina por empezar a los tiros con tanto tramposo.

En los últimos tiempos se afianzó la idea de que el núcleo de todo el conflicto de la sociedad moderna está en el crecimiento de la desigualdad. Una y otra vez se comprueba con asombro el imparable aumento de la brecha entre ricos y pobres.

Pero ahora se está dando una nueva vuelta de tuerca: el placer que se supone que da la riqueza es mayor cuanto mayor es el contraste. En otras palabras: el sitio dónde mejor luce un palacio de cuento de hadas es al lado de una chabola. Tal vez sabréis que el futbolista británico David Beckham se ha comprado una mansión de más de 300.000 euros situada dentro de la favela Vidigal, en Río de Janeiro, con vistas al Pan de Azúcar. Leo a un colega una cita de Juan Beneyto: «Cierta visión de la felicidad se funda no solo sobre el hecho de poseer dinero sino en que los demás carezcan de él».

Esta penosa comprobación nos lleva de la mano a otra que solemos dejar en un segundo plano brumoso: el regodeo constante en los tres o cuatro parámetros del esnobismo y el culto de la «excelencia» para consumo de…. de esos mismos que son capaces de amplificar su placer gozando de las privaciones que pasan los demás, más aún que con las riquezas propias. Nos estamos refiriendo a las sabidurías/fanfarronerías que se levantan cada día a más altura alrededor de actividades muy promocionadas, tales como la moda, en todas sus variantes y en las exuberancias de cada especialidad; o sectores que pueden ubicarse también dentro de la moda pero que tienen sus particularidades, como la gastronomía, que todo lo convierte en «delicatessen». o como la enología que vulgariza vinos real o supuestamente exquisitos, cuyos toques de distinción pueden proceder de la antigüedad, del prestigio de alguna comarca o de su exótica procedencia; o en la atracción de un territorio inabarcable, como lo es el de los llamados «complementos»; o el de las camisetas y logotipos «difíciles» de hallar y la expansión de objetos alrededor de campeonatos, torneos o simples exhibiciones de deportes curiosos…

Y así todo: un mundo paralelo de riqueza y exhibición que renueva el stock de iconos y símbolos de exclusividades que a veces logran refugiarse en objetos triviales y de escaso costo, aunque su gracia está en que al menos cuesten dos o tres veces más que artículos similares con menor valor simbólico.

O sea, símbolos de estatus y de real o presumida distinción o exquisitez, que se suman a los clásicos: en mitad del S. XX, o antes, estaban en las grandes despensas con deslumbrantes jamones y añejos quesos con los que el terrateniente, en los días festivos, sacaba de sus órbitas los ojos de los campesinos; y medio siglo después estaban en las grandes berlinas alemanas o en la ropa de marca, polvillos precursores de los actuales lodos.

Conviene recordar que, siguiendo la pauta del contraste, lo «mejor» es poder exhibir algo que los demás no tienen… la envidia marca la distancia.

En esta vorágine, las revistas dominicales han tomado la deleznable costumbre de mezclar de modo desafiante entrevistas y reportajes con publicidad directa de diversos objetos. Así, futbolistas o actores/actrices son interrogados sobre su trabajo o algún tema de actualidad pero en el pie de foto se detallan las prendas y objetos que exhiben. Obviamente, cobran por prestarse a ese juego.

Vamos internándonos en una sociedad donde la corrupción entra por los poros…. Nuestro cuerpo y nuestra mente son un «coladero».

Todos estos símbolos de estatus incorporados al mundo de hoy no son más que muestras de que nos están inoculando el reconocimiento y hasta la admiración por todo lo que simbolice poder y dinero y nos empujan al siniestro uso de que antes hablábamos: mientras mayor sea el desnivel y más claro quede el contraste, mayor será el placer.

De este modo, simbólicamente, todos estamos reforzando la desigualdad y abriendo camino a la repugnante capacidad para gozar con esa «distancia» social y económica que se va agrandando inexorablemente.

3 respuestas a «La desigualdad como placer»

  1. Si hay que hablar de desigualdades, recuerde que una infanta o princesita, o como se la llame, de ocho años va a cobrar más de cien mil euros anuales de aquí a nada. Y otro tanto, me acabo de enterar, cobran los señores y señoras del Tribunal de Cuentas, ese que necesitó cinco años para aclarar las cuentas de 2008. Estos «diferentes» no entran en la categoría de los que disfrutan con su diferencia, pero repugnan del mismo modo.

  2. El problema es que a lo mejor decimos que no hay que hacer alguna cosa y luego lo hacemos o somos o hacemos lo que decimos por ejemplo decimos no hay que ser hipócrita y luego nosotros somos hipócritas.

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