«Oculto» bajo su gloria literaria, el alegato político de García Márquez al recibir el Nobel fue desoído por todos… En él están las claves para aceptar y entender a América Latina
Por supuesto que hoy incluso los enemigos de Gabriel García Márquez le rinden homenaje. Pero si uno vence la nostalgia y relee su discurso de aceptación del Premio Nobel hay que reconocer que se nos mueven los cimientos de cualquier pensamiento político porque el genial escritor colombiano se plantó ese día ante la academia sueca, no solo eludiendo el traje de etiqueta que se estilaba para tan solemne ocasión, sino evitando también todas las zalamerías habituales y trazando en carne viva el retrato que definía en el título de la conferencia: «La soledad de América Latina».
También hay que reconocer que aquel lúcido texto fue fácil y hábilmente disimulado con la propia gloria que lo envolvía: se lo presentó como lo que también era, una joya literaria, bajándole así el volumen a su alto contenido político. Ni entonces ni en los más de 30 años transcurridos, y ahora menos que nunca, nadie siguió los consejos de García Márquez. Como aquel, tan básico, ofrecido casi dramáticamente: «…La búsqueda de nuestra identidad propia (latinoamericana) es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos (los europeos)» (…) Pero pretender entender esa identidad «con esquemas ajenos» hace que cada día «…seamos más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios».
Partiendo de esa realidad que «es» Latinoamérica, desemboca en la búsqueda de una «utopía de la vida»…»donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir».
Antes de ese impetuoso llamado, el discurso atraviesa instantes de calma para volver después a elevarse con un crescendo conmovedor, cuando reprocha a Europa, a Occidente, al entonces llamado «mundo desarrollado»: «¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?»
Quienes en Europa mismo luchan «por una patria mejor» podrían ayudarnos más «si revisaran a fondo su manera de vernos». Y así podrían respaldar a los latinoamericanos para que «tengamos una vida propia en el reparto del mundo». De no ser así, «es como si no hubiera otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo».
Es decir, que también elude la trampa de la pugna ideológica capitalismo vs. comunismo para denunciar a las dos superpotencias que disputaban el poder planetario.
Y da por voluntad propia un paso atrás, él y su deslumbrante obra, para señalar: «Me atrevo a pensar, que es esta realidad descomunal (la de América Latina) y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras».
Su alegato político describe la lucha de esa agitada tierra por romper la maldición que él mismo retratara en aquellos «cien años de soledad», la de no tener una segunda oportunidad: «Los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria: la arrasadora utopía de la vida…(…) donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra».
No hay en el discurso una sola concesión al poder planetario de Occidente, a la potencia soviética desafiante, a las ideologías en boga y –curiosamente– ni siquiera a las utopías utilizadas como toques de corneta para alistar fieles a alguna causa que parezca deslumbrante….Nada de eso. Solo invocaciones y desafíos al mundo «desarrollado», poderoso, que le estaba dando ese Premio Nobel indiscutible.
Antes del final ha hecho también una referencia a la terrorífica amenaza nuclear que ya pesaba sobre el mundo y que ahora muchos, pendientes de la partida de poker entre USA y Rusia por Ucrania, parecen despreciar como una anécdota: «No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo (se refiere a su maestro y también Nobel, William Faulkner) si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica».