Vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada, tecnificada y programada… Pero no tiene vuelta atrás. ¡Y las culturas «primitivas» quieren seguir nuestra huella!
Contemplamos la dimensión política y vemos funcionar el «mecanismo» de la gran estafa. Vemos también la magnitud económica cuando tomamos consciencia de que llaman «crisis» a la estafa. Y estamos viviendo el daño social que nos abruma.
Pero no solo nos cuesta ver el proceso en sus tres dimensiones: nos resulta más difícil todavía admitir que se ha ido creando un tipo de sociedad que no solamente nos manipula y nos «teledirige» sino que se ha ido introduciendo en todos nuestros comportamientos cotidianos.
En la televisión es donde se pueden percibir los distintos niveles de ese manejo a distancia. A veces creamos antinomias inventadas, como cuando oponemos a personajes como Belén Esteban con los ídolos del fútbol. ¿Reciben, acaso, instrucciones los periodistas o los programadores para darle a la gente una dosis de esto y otra de aquello? ¿Hace falta decirles a los que dirigen Televisión Española que traten de eludir o al menos diluir los casos de corrupción del Partido Popular? ¿O a los que dirigen Canal Sur que hagan lo propio con la corrupción del PSOE? El «funcionamiento» del pensamiento único hace que cada uno de los «actores» importantes sepa cómo ubicarse y se conozca su papel sin que nadie tenga que enseñárselo. ¿O acaso no sabemos comportarnos a gusto del jefe o del dueño cuando estamos en un puesto «de responsabilidad» de una empresa privada?
Pero las cosas van mucho más allá. No puedo menos que entristecerme cuando nos aconsejan tomar las riendas de la enseñanza porque en ella está «la llave» de la creación de una sociedad distinta…. Es como la vieja fábula de la asamblea de ratones en la que proponen ponerle un cascabel al gato, pero ¿… quién le pone el cascabel al gato?
¿Cree alguien, acaso, que lo que se vive como la fugacidad del «amor» es algo esencialmente diferente de la pérdida de valores morales? Vemos con espanto la persistencia de costumbres, a veces milenarias: en sociedades musulmanas, en China o en la India, siguen organizando familiarmente los casamientos y con frecuencia «entregan» a una chica muy joven a un señor maduro que la «desposará». Nosotros hace mucho tiempo que hemos superado esas prácticas y nos hemos echado en brazos del amor romántico. En Occidente y con la ayuda de Hollywood (de toda la industria del cine) hemos tenido todo el siglo XX para alojar y consolidar en nuestra mente la sólida idea de que el amor es un sentimiento único. Ya no creemos mucho en el matrimonio, es cierto, pero… ¿descreeremos del amor? Nos burlamos de la Iglesia y de su persistencia en querer que los matrimonios se sientan «unidos para siempre»… O, dicho de otra manera, ya sabemos (al menos racionalmente) que las parejas no son muy duraderas y que el amor romántico rara vez se encuentra en el cruce de dos personas… Pero aunque el amor romántico sea una invención literaria… ¡no por eso vamos a volver a crear parejas como si fuera un negocio.
Nos defendemos como podemos de esa realidad que nos destruye las fantasías: de una educación que nos enseñe a ser libres, de un amor verdadero y duradero… Nos resistimos a abandonar nuestros mitos (sean Belén Esteban o los grandes deportistas). ¿Y qué hacemos con los niños, que entran por ese «canal» que los recoge cada vez más pequeños y los «suelta» ya convertidos casi en adultos, abducidos por nuevas tecnologías que les estimulan desarrollos precoces pero también les «embotan» capacidades creativas…?
Madres, padres, y toda la familia, cada vez más «lejanos» de esos niños sobredotados de medios tecnológicos, muchas veces optan por tomarlos como sustitutos de esas parejas que no tienen y en vez de «quererlos» los «aman». Les llaman «amor» y les sientan en el centro del salón, prestos a atender todos sus pedidos, hasta donde el tiempo y el bolsillo alcancen.
Todo, absolutamente todo, se va acompasando con el pensamiento único. Los mensajes de la tele agrupan, y homogeneizan, convierten todo en deporte, en competición o en espectáculo: la publicidad, los premios y concursos, las ofertas, los culebrones, los viejos/nuevos contadores de chistes… Las familias de la tele marcan la pauta… A veces se da el salto del prototipo (el comportamiento aceptado) al paradigma (el comportamiento modélico).
Desde la cúspide de la deshumanización tecnológica miramos con pena a esas sociedades primitivas cuyos salvajismos se nos muestran como modelo negativo, de modo ejemplarizante… Desde luego, ya no podemos volver atrás para regresar a aquella «edad de la inocencia»… ¡Pero es que ellos, inocentes… quieren ser como nosotros!