El crecimiento de los «abertzales» les invita a desprenderse de los terroristas. Del otro lado, la herencia de la lucha anti ETA puede engordar a Rosa Díez o alumbrar un partido más radical que el PP
El buen periodismo ha exigido siempre tejer una red de apoyo alrededor de la noticia. Qué es lo que realmente tiene de novedoso. Cómo se ha gestado. Cuáles serán las posibles consecuencias. Qué aporta, de qué pasado viene, hacia cuál futuro apunta.
Hace ya un tiempo que estamos, quizás sin darnos cuenta siquiera, masticando la noticia de que ETA ya no existe; bueno, en realidad sigue existiendo pero ya no mata; y en verdad tampoco estamos seguros de que ya no mata… Ya se ve que no es fácil esta cuestión de informar porque, para empezar… ¿cuál es realmente la noticia?
Uno de los problemas más gordos que se interpone entre la noticia y el modo de comunicarla es que todo el mundo se lanza sobre ella como una jauría y cada uno se lleva un trozo sobre el cual rumiar y al cual darle bocados. En el empeño por llegar al meollo de la noticia siempre es bueno remontarse a los orígenes.
Al principio, ETA luchó contra la tiranía franquista. Aunque el objetivo del grupo terrorista era la independencia vasca, resultó ser el gran baluarte antifranquista. Lo confesara o no, todo enemigo del régimen mantenía una dosis de admiración por el terrorismo etarra.
Cuando llegó la «transición» (la complicada mudanza desde un régimen dictatorial a una democracia liberal) la política se convirtió en un tembladeral. De una parte, no parecía posible mantener la maquinaria del Estado en funcionamiento sin acudir a los propios funcionarios del régimen. De otra parte, estaban los «rupturistas», los que militaban en el comunismo, en el socialismo o en grupos menores pero que a veces gozaban de prestigio intelectual: socialdemócratas, liberales, democristianos… familias que aspiraban a formar partidos políticos si Franco «abría la mano» (algo que anunciaba pero nunca hacía) y que querían tener su peso en la nueva etapa.
La transición y la nueva constitución fueron una compleja trama para introducir los mecanismos de una democracia parlamentaria pero con dos grandes condicionantes: dar un papel arbitral pero central a la monarquía y mantener al menos una parte de los privilegios de que gozaban hasta entonces, con Franco, las burguesías catalana y vasca. Encaje de bolillos. Y así se hizo, con pequeños sobresaltos, como el de abrir una claraboya para que Andalucía y Galicia se colaran en un nivel intermedio entre las autonomías «de primera» y las restantes.
Con ETA se planteaba un problema insoluble: no había «margen», ni política ni militarmente, para convocar un referéndum y que los vascos decidieran, lo que hubiera creado un pilar poderoso para sostener todo el andamiaje institucional que se estaba montando. Pero existía mucho temor (en parte fundado, cómo se vio con el «tejerazo») a una vuelta atrás: una intervención militar que desembocara en una nueva dictadura. Ese temor a los militares empujaba hacia el apuntalamiento de la figura del rey Juan Carlos I y también cerraba el paso a cualquier referéndum independentista en el País Vasco.
De modo que se entró en una nueva etapa: ETA pasó a ser una «banda terrorista» sin más, una pandilla de ultranacionalistas que no aceptaba la democracia.
Y en esas estábamos cuando la gran estafa mundial fue desnudando a los gobernantes del Sistema del pensamiento único y dejando a la vista que no existía una auténtica democracia, ni en esta tierra exfranquista ni en la antaño admirada «Europa….democrática».
Así se llegó a esta extraña situación en lo que nada se corresponde con el cartelito que lleva colgado. Muy debilitada, ETA buscó una manera digna de abandonar su empecinamiento independentista, viendo que muy pocos son los que apuestan por recortar a España en trozos justamente cuando se diluye el proyecto europeo. De modo que el reciclado movimiento independentista radical derivó en una poderosa fuerza política «abertzale» en competencia abierta con el Partido Nacionalista Vasco (PNV).
Ahora bien: la desaparición de ETA redunda en el crecimiento de los «abertzales» en el campo de la política; pero también deja sin su gran argumento a quienes fueron víctimas de ETA y que todavía no pudieron hacer algo parecido: convertirse en una fuerza política más radical que el Partido Popular.
Admirada por su lucha contra Franco, denostada por no haberse incorporado a la transición, ETA, al borde de desaparecer, parece dejar dos grandes herencias: la crecida izquierda abertzale vasca y la aún no nata «ala radical» del PP…un posible nuevo partido que, si se frustra, dejará unos cuantos votos más a Rosa Díez y su UPyD.