La metralleta de Allen

19 Nov

Para combatir la «barbarie» primitiva, Occidente promueve una civilización presuntamente superior….  Pero no están dejando en pie ningún principio basado en la racionalidad

Cuando una verdad incontrovertible choca con los intereses del poder, simplemente se la ignora. Lo real es el poder, de modo que todo lo que levante obstáculos se aniquila o se ignora como un simple estorbo. Esto supone negar la racionalidad,  pese a que el poder en todo momento se exhibe no solo como racional, sino como «el único» camino racional. Ejemplo paradigmático: racionalmente, una democracia no puede basarse en invasiones y bombardeos, en torturas, prisiones secretas y asesinatos desde aviones sin tripulantes. Claro que en los «mundos primitivos» pueden contemplarse atrocidades, por definición «primitivas», que nos espantan más. Ver una foto de alguien degollado en medio de una guerra tribal impacta mucho más que ver una foto de un pequeño y moderno avión al que nunca hemos visto tampoco disparar.

Pero aquellos mundos primitivos, que abundan, no se respaldan en principios de racionalidad. Responden a motivaciones nacionales, étnicas o religiosas, casi siempre caracterizadas como «fanáticas».

Descendiendo bruscamente a algo que, en comparación, resulta trivial, ahí está el principio incuestionable del «derecho a decidir». Ha dicho el propio Rajoy que «una parte no puede decidir por el todo», como viene a pretender –dice la crónica– el independentismo con su propuesta de someter a consulta entre los ciudadanos catalanes el deseo de permanecer o no dentro del Estado. La invocada necesidad de que todos los ciudadanos españoles se pronuncien podría llevarse al absurdo, porque la pregunta a cada español sería: «¿Quieren los ciudadanos catalanes irse de España?» Y la respuesta correcta sería: «¡Pregúntenles a ellos!»

¿Y cuál sería el paradigma racional que podría sostener en pie a la Unión Europea? Que la UE ha instaurado una democracia unificadora, baluarte de los derechos humanos. Pero hoy seguramente los europeos dirían que de tal democracia unificadora ni existió ni existe. Jamás se dio un paso de avance buscando que se comprometieran los ciudadanos. La UE tomó siempre atajos antidemocráticos y creó una complicada superestructura, manteniendo deliberadamente a la gente lo más ajena posible a las manipulaciones del poder continental. Así se fundó la llamada «Europa de los mercaderes». ¿Y qué queda hoy de eso? Algo terrorífico: una Alemania fuerte, destruyendo y dominando las economías de los más débiles, hasta el punto de que hoy bien puede decirse que solo Francia y el Reino Unido mantienen alguna autonomía, aunque tampoco pueden hacer frente a nuestra pequeña dictadora continental, la señora Merkel.

Esa fracasada «democracia unificadora» se dice ahora acosada por fuerzas «populistas», un adjetivo reinventado para descalificar todo lo que escapa a su control. En esta coyuntura, los «euroescépticos» (que, obviamente, crecen sin cesar) son una amalgama forzada de fuerzas «radicales» de ultra izquierda y ultra derecha, partidos «piratas», grupos neonazis y renacidas fuerzas nacionalistas… todos ellos unidos nada más que por denunciar que esta Europa en estado de «deconstrucción» no es ni una caricatura del proyecto inicial. Curiosamente, los medios de comunicación atribuyen a estos «populistas», por el solo hecho de crecer, una influencia satánica sobre los grandes partidos, que son los que han aprobado toda clase de controles y persecuciones, y han adoptado actitudes criminales (como el abandono a su suerte a los emigrantes que murieron a las puertas de la isla de Lampedusa). Los grandes partidos se dicen acosados por los grupos disidentes, porque éstos crecen en votos… de donde viene a resultar que son los votantes los que les acosan y que, culpa de los votantes, ellos cometen atrocidades. De esta explicación absurda (una vez más, la racionalidad se niega a rajatabla) vendría a resultar que… ¡esos votantes, a los que nunca consultaron para «construir» la UE, son ahora los que promueven su destrucción!

En una de sus películas, Woody Allen hace el papel de un guerrillero a quien instruyen para aprender a desarmar y armar su metralleta con los ojos vendados. Cuando se quita la venda, el «artefacto» que consiguió «crear», en vez de un arma, parece una escultura surrealista de cinco puntas. Los líderes europeos podrían verse así; pero no han hecho algo surrealista, sino hiperrealista: han puesto todo al servicio de la oligarquía financiera mundial y han dejado a Alemania concentrar el poder continental para mantener su competitividad ante USA o China, a costa del hambre y la miseria de los demás pueblos de Europa.

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