Si se atiene a su tradición de siglos, la Iglesia seguirá pegada al poder. Pero hay un precedente cercano que ofrece otra opción: el Concilio Vaticano II y Juan XXIII dieron un golpe de timón
La Iglesia ha estado siempre junto al poder y ha sido poder por sí misma durante demasiados siglos como para que pueda despegarse de él con facilidad. Muchos de esos siglos contemplaron batallas de los cristianos por hacerse «un lugar en el mundo» frente a otras religiones. Y cuando el poder de Occidente se hizo progresivamente más dominante, la Iglesia fue su punta de lanza o su respaldo supuestamente «espiritual».
Pero el crecimiento de una sociedad laica y de un superpoder «temporal» poco necesitado de las jerarquías eclesiásticas, cambió la relación de fuerzas. Con un imperio dominante, controlado a su vez por el gran capital financiero, las instituciones específicamente religiosas han perdido gran parte de su peso.
Pero también es obvio que ese superpoder globalizado ha perdido todo referente moral. Hoy conviven los que se consideran cristianos con una variedad de ateos y de minorías atraídas por otras religiones e incluso por cultos esotéricos. Pero tanto unos como otros se ven desbordados por la ausencia de límites éticos y por la multiplicación de minorías alternativas de todo tipo. Perdido el referente moral histórico cristiano, no se ha instalado un nuevo paradigma. Lo que ha sobrevenido es la llamada Modernidad, bajo cuyo ancho manto caben innumerables diversidades. Falta saber –eso solo lo sentenciará el tiempo– si este desbordamiento es una explosión de libertad o una «implosión» calculada, que contribuye al entronizamiento de lo «amoral»…
Si la Iglesia se atiene a sus largos siglos de historia, le toca simplemente seguir «agachándose» ante el poder «temporal» y dejando que la corrupción se extienda a toda la sociedad. Pero hay un precedente cercano de algo distinto: apenas unas décadas atrás el Concilio Vaticano II y el Papa Juan XXIII dieron un golpe de timón, interfiriendo entre las superpotencias enfrentadas y atreviéndose incluso a confraternizar con el pensamiento marxista. De aquel Concilio surgieron nuevos brotes y la Teología de la Liberación se convirtió, sobre todo en Latinoamérica, en aliada de los pueblos que luchaban por liberarse del poder imperial. Aquellos sacerdotes y cristianos de base no pretendieron «liderar» los movimientos populares, sino colocarse «al lado» de ellos. Un obispo muy activo en este movimiento, monseñor Casaldáliga, llego a decir que el Dios que él conoció en Brasil «no era el mismo» que el que había conocido en Cataluña.
La Iglesia tardó varias décadas en ir aislando y ahogando el peso de la Teología de la Liberación y las efervescencias que había provocado. Los que querían seguir a la vera del poder «terrenal» recuperaron las posiciones perdidas y volvieron a adueñarse de los principales centros de poder.
El nuevo Papa Francisco parece ahora decidido a dar otro golpe de timón… Pero no ha tenido el poderoso instrumento del Concilio. Una buena parte de la jerarquía está saboteando abiertamente sus proyectos. Es difícil saber hasta dónde quiere ir pero es evidente que solo con sus palabras, sus gestos y sus guiños ha dado ya muestras de ser peligroso para el tradicionalismo. Ahora trata de dar un arriesgado salto por encima de las jerarquías que tratan de paralizarlo, con una macro encuesta a todos los cristianos del orbe. Parece que la «palabra de Dios» debería llegar ahora a través de las palabras de los creyentes.
La macro encuesta suena a una propuesta «asamblearia» pero con el riesgo de que la jerarquía se interponga y presione a los fieles para tenerlos como aliados. En cualquier caso, el Papa Francisco está ahora en manos de los creyentes. Aún con un respaldo amplio de los encuestados, es difícil imaginar hasta dónde podrá llegar. Pero es evidente que su proyecto es el que le adivinábamos apenas llegó al «trono», cuando escribimos un artículo titulado La Iglesia quiere salvarse.
Lo que resulta tragicómico es contemplar a tanto excreyente de nuestro mundo hispano, condenando al Papa por anticipado y haga lo que haga. Cuando apenas está dando sus primeros pasos en busca de un respaldo que la mayoría de los «poderes tradicionales» eclesiásticos le niegan hemos visto incluso reproches por no haber repartido ya todas las riquezas del Vaticano. Pero, ya se sabe: en España, a muchos de los que han sido educados por curas y monjas se les ponen los ojos rojos de ira solo al ver una sotana y le salen del alma aquellas estrofas: «Si las monjas y frailes supieran/la paliza que van a llevar/se saldrían del coro gritando/libertad, libertad, libertad».