Trocean al pueblo, sujeto colectivo expoliado y perseguido, en tanto presentan como una fuerza única a «extremistas» y «radicales» que denuncian la Europa de los mercaderes
Acaba de escribir Antonio Gala esta máxima expresión de desilusión: «Ya no sé si hasta las decepciones de la actual política son ficticias». Comparto. Vivimos en medio de una crítica feroz y merecida al gobierno y a su PP. En muchas ocasiones la crítica abarca también al PSOE y al régimen bipartidista al que hasta el día de hoy estamos sometidos. Y ya empieza a ser hasta raro que caigan bajo el ojo crítico todos los partidos y el propio Sistema. Hemos visto y padecido que la crisis es un engaño. Solo es la articulación de distintos métodos de expropiación de la riqueza, por mínima que sea, a quienes menos tienen; es decir, al Pueblo, un sujeto colectivo que apenas se menciona, como si se le hubiera contagiado del sentido peyorativo que se insiste en darle a la expresión «populista», nacida en realidad de quienes quieren darle a la gente el protagonismo que se le niega.
Suprimiendo el sujeto «pueblo» y convirtiendo el adjetivo «populista» en un insulto, se va consolidando un objetivo principal: no tenemos que condenar la política (esta política, que de momento es la única que tenemos) y consiguientemente al Sistema, sino solo al Partido Popular (merecedor, insisto, de la lluvia diaria de críticas) o, en todo caso, al bipartidismo. Todo lo que exceda esas premisas cae en el anatema de «populista»; las víctimas, que somos el 99%, debemos ser nombradas como desprotegidos, desposeídos, pobres… pero nunca como Pueblo. Así se nos ha ido creando el esquema según el cual los que protestan, los que pierden constantemente derechos y poder adquisitivo, son muchos sujetos individuales o grupales pero nunca una masa inmensa de gente unida por el despojo y la persecución.
Si al pueblo lo han parcelado en grupos y subgrupos para no enfrentarse a un sujeto colectivo sino a múltiples «indignados»: los que denuncian la corrupción generalizada, las sentencias benévolas y los indultos; los que reclaman por la pérdida de calidad y la privatización del sistema de salud; los que luchan contra la caída a niveles cada vez más bajos de la educación; los que pelean contra el despojo de sus viviendas… y los grupúsculos o simples ciudadanos que arremeten contra la arbitrariedad de la Administración o de cualquiera de las tramas mafiosas que dominan en sindicatos, municipios o regiones.
Paralelamente, usan y abusan de nuestros prejuicios ideológicos para lanzarnos como jauría contra lo que, en vez de parcelar, presentan, aquí sí, como «sujeto único»: partidos y fuerzas extremistas, radicales, neonazis, xenófobos, fascistas y otra diversa fauna que muchas veces está muy lejos de cualquier ideología: solo comparten una enorme desilusión por el fracaso de la Unión Europea y, acorralados por la falsa crisis, un común temor a que los inmigrantes les disputen los escasos puestos de trabajo.
Si rechazando al Pueblo como sujeto colectivo han logrado troquelar la resistencia en trozos cada vez más minúsculos, anatematizando a estos grupos como «populistas» o como «radicales», pretenden descalificar de un solo golpe a todos los que quieren «salir» de Europa o de la zona euro y que rechazan a la Unión Europea como otra de las farsas que han quedado al descubierto.
Entonces llegan las explicaciones mentirosas. El derrumbe del edificio político europeo (convertido en decaído soporte para mantener a una Alemania relativamente fuerte ) resultaría culpa de esos partidos antisistema que amenazan con lograr unos cuantos escaños en el futuro Parlamento Europeo. Ignoran deliberadamente que ese Parlamento nunca tuvo poder efectivo y que toda la estructura de la Unión Europea se levantó negando cualquier principio democrático. Y a los grandes partidos no les acusan por lo que no hicieron o por lo que hicieron sin dar la menor intervención a los pueblos, sino por haberse puesto a «hablar de los inmigrantes», haciendo así el juego a aquellos «extremistas» que ahora les comen el terreno. Pero es que no se han limitado a «hablar» de los inmigrantes: son ellos los que han legislado contra los derechos humanos, los culpables de que el Mediterráneo sea hoy un gran cementerio y hasta de perseguir a quienes acuden en auxilio de los inmigrantes. Si grupos extremistas han apaleado e incluso asesinado a inmigrantes, los que están matándoles concienzudamente y convirtiendo en delincuente a cualquiera que les ayude son quienes ejercen el poder en esta siniestra Europa de los mercaderes. No nos dejemos engañar otra vez.