Es muy fácil ceder a la tentación de dar el título más sonoro a las noticias. De ahí que se haya hablado tanto de una «segunda guerra fría», cuando no de «la tercera guerra mundial».
Ninguna de las dos cosas.
Obama (y cualquier presidente norteamericano) es prisionero de las redes del poder (entre ellas, el imponente lobby judío) y si no es en extremo obediente puede caer en las «trampas para elefantes» que ponen en su camino. Hay que reconocer que la jugada de Obama ha sido muy hábil. Había anunciado una intervención en Siria, mucho más floja que aquella Guerra del Golfo que dejó muy tocado pero vivo y gobernando a Sadam Husein (hasta que lo eliminaron con una invasión en toda regla). Lo de Siria iba a estar a medio camino entre un «correctivo» y una fuerte merma del poder militar del régimen de Al Assad. Algo como para que los rebeldes tomaran nuevos bríos y se pudiera mantener una especie de «empate», estado que resulta el más conveniente para Estados Unidos. Ni se fían de Assad ni se pueden fiar de los rebeldes, que se aproximan más que nadie al «retrato robot» de los grupos terroristas que nos diseña el Imperio.
Pero ocurrieron varias cosas que parecían incontrolables. La opinión pública norteamericana estaba en contra y esa tendencia disminuyó en algo pero no se invirtió; Obama apeló inesperadamente a una aprobación del Congreso que se presumía muy difícil de conseguir; el gran aliado de siempre, el Reino Unido, se vio inhibido de actuar porque los parlamentarios británicos votaron en contra de la «intervención»; otros aliados fieles no se decidieron a apoyar el plan de Obama o lo respaldaron tímidamente, condicionándolo al «dictamen» de los inspectores de la ONU; se sabe que el dictamen se acoge a la máxima de que «se dice el pecado pero no el pecador»… hubo ataque químico pero no se puede asegurar de quien partió…(increíblemente, ese es su mandato: constatar si se usaron armas químicas pero sin determinar quién las utilizó). Parece probable que los dos rivales las hayan empleado, además de amañar pruebas de la culpabilidad del otro.
Tétrico panorama para una intervención que, después de todo solo iba a propiciar que ninguno de los ejércitos se llevara el gato al agua.
Así las cosas, Obama vio que podría ser Putin el que diera la oportunidad más espléndida. Y así fue. Cuando los ministros ruso y norteamericano negociaban todos los observadores advertían que solo era una maniobra dilatoria y que no se alcanzaría ningún resultado. Unas pocas horas después se anunciaba victoriosamente el resultado.
Una partida de ajedrez interesantísima para los «politólogos» (que no acertaron ni una de las jugadas). Ahora bien: una intervención en Siria, aún con la oposición rusa, no hubiera provocado ninguna tercera gran guerra… entre otras cosas porque Moscú no está en condiciones, de ningún modo, de enfrentarse militarmente con Washington. Y el importante papel jugado por Putin no lleva a ninguna nueva «guerra fría», como se ha visto: al contrario, son tan buenos amigos que se «echan una mano» cuando es necesario.
¿Consecuencias? Que Rusia (y otros) suspiran aliviados de que los norteamericanos no hayan eliminado una pieza importante, como Al Assad, ganando una posición demasiado poderosa en la zona (sobre todo, después de haberse devorado la «revolución egipcia», haber matado a Gadafi y tener bajo control todo el norte de África). Coincidiendo con una «moderación» en Irán, en el tablero de Medio Oriente parece que los norteamericanos se resignan a ganar posiciones más lentamente.
El gran perjudicado, en su ansiedad por destruir a Irán, es Israel. Nos tememos que el «pato de la boda» serán, una vez más, los palestinos. Probablemente el Estado Judío se «cobrará» sus frustrados deseos de machacar a Siria logrando, una vez más, carta blanca para seguir ocupando y atacando el ínfimo y no nato Estado palestino. Desde un punto de vista técnico, como queda dicho, el ajedrez de Obama ha sido impecable. Por una vez, Israel no se ha salido del todo con la suya. Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo. La partida sigue y el Imperio, con mejores modos, sigue siendo el Imperio. Frente a él no hay otro poder… solo un complejo abanico de aliados más o menos fieles, de amigos más o menos amigos y unos pocos focos de resistencia. De paso: el «coco» de la amenaza terrorista ha reventado como una burbuja al verse que Washington ha estado tan dispuesto a echarle una mano a Al Queda, uno de los mayores tentáculos del mosaico que compone el ejército rebelde sirio.