Las llamadas «democracias» liberales, bajo cuyo tinglado vivimos, utilizan diversas formas de manipulación de la opinión. Lo que Chomsky ha descrito en Estados Unidos como «la fabricación del consenso» puede verse, con formas más o menos parecidas, en muchos otros países. Es a lo que llamamos genéricamente «el pensamiento único». El conjunto de esas manipulaciones deja algo así como un excremento que nos obligan a digerir, básicamente a través de la televisión pero también en muchos otros «formatos», incluyendo las cada vez más controladas redes sociales, que hasta hace poco se veían como un «espacio de libertad».
El pensamiento único encuentra un fuerte refuerzo para sus contenidos con mediciones distorsionadas por las encuestas: mediciones aparentemente «objetivas» de lo que ocurre y hasta de lo que nosotros mismos «pensamos», que son un capítulo muy importante del engaño. En ocasiones puede temerse una directa falsificación de las cifras pero lo que sí es evidente es el modo cómo se diseñan para inducir el tipo de respuestas que quieren recibir. En estos días una de las grandes empresas de «medición» de la opinión pública presentó un estudio titulado «Pulso a España». En uno de los textos «explicativos» se dejaba ver claramente cómo los prejuicios ideológicos y políticos del presunto enfoque «científico» restaban cualquier valor sociológico al conjunto. Decía el director de la encuesta que «sobreabundan» los «datos sociológicos que avalan esta afirmación»: «España es un país serio y decente en el que se puede confiar». Acto seguido reconocía que son mayoría (54% frente a 47%) quienes piensan que «España no es un país responsable y de fiar». Vale decir que se hacía una afirmación taxativa (avalada por múltiples «datos sociológicos») para quitar peso a lo que la propia encuesta marcaba: una mayoría de descreídos respecto a la actual imagen positiva de España. Añade el texto que, tras el franquismo que «nos aislaba de nuestro solar europeo», en una sola generación se llevó a cabo «una transición que fue modélica», lo que introduce un prejuicio sociológicamente inadmisible: da como un diagnóstico rotundo y cerrado el tópico de la transición modélica, que está hoy en entredicho.
También asegura que «España cambió su mentalidad colectiva en el terreno económico con una nueva y positiva actitud, cada vez más generalizada, respecto del emprendimiento y de la función empresarial». No se sabe de dónde nace tal afirmación, pero se toma la precaución de añadir: «Se sigue recelando, eso sí –y fuertemente y no sin buenos motivos– de esa economía financiera desbocada que nos ha descarrilado». Aquí la trampa está en el adjetivo «desbocada», que hace suponer que la gran estafa llamada crisis no es el resultado de un «sistema» sino de lo que los reformistas definen como un problema de «falta de regulación». Y esta es, pues, la siguiente apostilla: «En proporción de dos a uno los españoles creen que las cosas van mejor cuando el Estado ejerce un control razonable sobre la vida económica…»
Señala después que la gente «recela» de la globalización y «abomina» de «la cultura del pelotazo y del enriquecimiento súbito», para rematar: «Es este, se mire por donde se mire, un país decente y en modo alguno un país corrupto». Para introducir el factor que puede resultar distorsionante de esa visión idílica (ojalá fuera así: ojalá lo dijeran las encuestas y no el encuestador), se hace un elogio del 15M y de las plataformas de los afectados por las hipotecas por lo «básicamente razonable –y aún prudente– de sus planteamientos y por su afán regenerador de una democracia que languidece». Aquí también hay un adjetivo sospechoso: decir que la democracia «languidece» supone creer que existe y que no se nos ha disuelto entre las manos a partir de la gran estafa. Él añade: «Nadie cuestiona hoy, ni siquiera en medio de la actual catástrofe económica y social, el sistema democrático». Nuevamente el sociólogo traduce mal el sentido de las encuestas. No es que no se cuestione la democracia, sino al revés: se exige una democracia auténtica. Los que no cuestionan la democracia, en el discurso, son los que se la han cargado, en los hechos.
Pero algo hay que elogiarle a este sociólogo: su ausencia de rigor científico es todo un alarde de sinceridad. Las encuestas nos dan la «papilla» para que nos creamos que nosotros mismos pensamos y decimos… lo que el pensamiento único quiere que digamos y pensemos.