Todos sabemos la verdad

6 Ago

Rajoy reconoció, obviamente, que Bárcenas fue su tesorero y atesoró 50 millones en Suiza; y que fue un error suyo respaldarlo. Y describió el terrible daño nacido de ese error. Pero se queda

Sinceramente, no entiendo la expectativa que se creó alrededor de la comparecencia del señor Rajoy, situación que algunos gustan resaltar con el halo de viejos rituales en los que ya casi nadie cree, subrayando que el discurso se pronunció en sede parlamentaria.

¿Qué expectativa podía despertar si solo podía dimitir o negarlo todo… y se sabía perfectamente que no iba a dimitir? Si algo dejó más claro que nunca Rajoy es que ellos viven en un mundo y nosotros en otro.


¿Qué cosas reconoció el presidente del Gobierno? Pocas y obvias: que el señor Bárcenas fue tesorero, y antes gerente, de su partido y que tiene 50 millones en Suiza. Estas dos cosas ni él las puede poner en duda. La tercera ha sido su gran confesión: «me equivoqué».

Se equivocó al confiar en esa persona que llevaba las finanzas de su partido y que, con mucha maña, pudo ahorrar 50 millones. No pasa nada. Cualquiera puede equivocarse.

¡Pero es él mismo el que traza un cuadro dramático! Porque toda esta situación ha causado «un daño a los españoles, a sus intereses y a su futuro»… un daño incalculable a la imagen de España, a su crédito y a sus posibilidades». Por supuesto que él no se señala como culpable: para él, esos daños surgen tal vez de los acusadores, los que denuncian la corrupción, los que proponen mociones de censura, etc. Pero es evidente que tantos tejemanejes, aunque puedan ser una sarta de falsedades o medias verdades mentirosas, nacieron todos de la combinación de esas tres verdades que hasta Rajoy admite: que hubo un tesorero que atesoró 50 millones y los «fugó» a otro país y que era su tesorero.

Tiene gracia que vuelva a recordar el presidente que él declara la renta y que eso tiene más valor que «un renglón escrito al vuelo en un papel arrugado». ¡Pero es él mismo el que ha subrayado los enormes daños nacidos del mísero y antiestético papelillo de Bárcenas!

Todo surgió de aquel error. Su propio alegato condena a Rajoy a dimitir. Debería dimitir según las reglas de su propio mundo, las convenciones y enjuagues con los que se maneja el poder. Pero lo que acredita que estamos en dos mundos distintos es que Rajoy nos invita a asociar la «prima de riesgo» (se atribuye que haya bajado) con los casi 6 millones de parados….Pero la prima de riesgo es un elemento de medida de la realidad creado en el mundo de los mercados…Marca la diferencia entre nuestra «capacidad» económica y la de Alemania…sigue la ley del más fuerte.

Sin embargo, el presidente no ha mencionado los 37.000 millones que ya se han dado por perdidos de las ingentes cantidades de dinero entregadas a la banca, cuyas trampas y corrupciones internas intentaron ocultar y fueron generosamente recompensadas con dinero nuestro. En el lenguaje del presidente y de «su mundo» –ese donde él y Rubalcaba simulan ser enemigos– esa enorme sangría a los ciudadanos no tiene nada que ver con los 6 millones de parados.

Hace unos días, una encuesta preguntaba por la comparecencia de Rajoy y daba opciones para la respuesta: ¿habría sido él mismo quien se sintió obligado a presentarse, o le habrían empujado desde su partido, o bien, por último, lo habrían arrinconado los partidos opositores? Sabedores de que él se resistía a acudir y de que el PP jamás le iba a imponer ese examen, la mayoría de encuestados no tuvo más alternativa que contestar con la tercera variante: que le habían obligado los partidos opositores…¡Pero las respuestas propuestas ni siquiera contemplaban la alternativa real! Fue la presión popular la que le obligó a ir…el clima social de rechazo por esta política mentirosa que sigue hablando de democracia. Hace ya dos años, cuando fueron creciendo las manifestaciones de lo que después se llamó 15M, el lema quizás más coreado era «Lo llaman democracia/y no lo es».

Analizó Rajoy varias iniciativas recientes del Gobierno contra la corrupción, y soltó esta gracia: «… Todas las instituciones responden al más alto estándar de exigencia ética».

Pero se olvidó –todavía está a tiempo– de proponer una ley que prohíba equivocarse a los presidentes del Gobierno. Evidentemente, para su error la ley llegaría tarde. Se burló también de los que no esperan sus explicaciones ni las sentencias, porque creen «disfrutar del privilegio de conocer la verdad». Él, por lo visto, no disfruta de ese privilegio. O tal vez sí, pero no nos quiere hacer partícipes de la verdad a nosotros. No importa: sabemos la verdad.

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